El Papa se ha dirigido a los obispos de norteamérica por medio de una carta, cuando éstos se encuentran inmersos en un retiro espiritual. Una misiva que “quiere suplir, de alguna manera” que Francisco no haya podido unirse finalmente a ellos y en la que agradece su disposición a que fuera Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia, el guía de los ejercicios.
“Sabemos que la envergadura de los acontecimientos no resiste cualquier respuesta y actitud”, señala Francisco, sino que, el contexto actual de crisis por los abusos sexuales y de descrédito hacia la Iglesia, por el contrario, “exige de nosotros pastores, la capacidad y especialmente la sabiduría de gestar una palabra fruto de la escucha sincera, orante y comunitaria de la Palabra de Dios y del dolor de nuestro pueblo”.
“El Pueblo fiel de Dios y la misión de la Iglesia han sufrido y sufren mucho a causa de los abusos de poder, conciencia, sexual y de su mala gestión como para que le sumemos el sufrimiento de encontrar un episcopado desunido, centrado en desprestigiarse más que en encontrar caminos de reconciliación”, ha subrayado.
Acciones “sin sabor a evangelio”
“Con estas líneas” el Papa ha señalado que su intención es la de “estimularlos en la oración y en los pasos que dan en la lucha contra la ‘cultura del abuso’ y en la manera de afrontar la crisis de la credibilidad” que afronta la Iglesia. De la misma manera, ha instado a los obispos a permanecer “juntos” y velar como “comunidad” para que “las decisiones, opciones e intenciones no estén viciadas por conflictos y tensiones internas”, sino que supongan “una respuesta al Señor que es vida para el mundo”. Por este motivo ha subrayado que “en los momentos de mayor turbación, es importante velar y discernir”.
Francisco ha señalado que, en este contexto “muchas acciones pueden ser útiles, buenas y necesarias, y hasta pueden parecer justas”, pero que, sin embargo, “no todas tienen ‘sabor’ a evangelio”. “Si me permiten decirlo de manera coloquial: hay que tener cuidado de que el remedio no se vuelva peor que la enfermedad”, ha apostillado.
El Papa ha recordado que la Iglesia de Estados Unidos “se ha visto sacudida por múltiples escándalos que tocan en lo más íntimo de su credibilidad”, y que esto ha supuesto “tiempos tormentosos en la vida de tantas víctimas que sufrieron en su carne el abuso de poder, de conciencia y sexual por parte de ministros ordenados y fieles laicos”.
“Pecados y crímenes”
Por todo ello, “la credibilidad de la Iglesia se ha visto fuertemente cuestionada y debilitada”, pero también “por la voluntad de querer disimular y esconder” lo que Bergoglio ha tachado como “pecados y crímenes”. Todo ello “generó una mayor sensación de inseguridad, desconfianza y desprotección en los fieles”. “La actitud de encubrimiento, como sabemos, lejos de ayudar a resolver los conflictos, permitió que los mismos se perpetuasen e hirieran más profundamente el entramado de relaciones que hoy estamos llamados a curar y recomponer”, ha añadido. “Somos conscientes que los pecados y crímenes cometidos y todas sus repercusiones a nivel eclesial, social y cultural crearon una huella y herida honda en el corazón del pueblo fiel”, continúa el Papa, señalando que “lo llenaron de perplejidad, desconcierto y confusión”.
Esta herida en la credibilidad de la Iglesia “exige un abordaje particular pues no se resuelve por decretos voluntaristas o estableciendo simplemente nuevas comisiones o mejorando los organigramas de trabajo como si fuesemos jefes de una agencia de recursos humanos”. “Dejémoslo claro”, ha apuntado, “muchas de estas cosas son necesarias pero insuficientes, ya que no logran asumir y abordar la realidad en su complejidad y corren el riesgo de terminar reduciéndolo todo a problemas organizativos”.
Para Francisco, esta “herida en la credibilidad” toca “neurálgicamente” las formas de relación que establece la Iglesia. “Podemos constatar que existe un tejido vital que se vio dañado y, como artesanos, estamos llamados a reconstruir”, ha apostillado. Esta reconstrucción “implica la capacidad” de construir vínculos y “espacios sanos y maduros, que sepan respetar la integridad e intimidad de cada persona”, además de la capacidad de “convocar para despertar y dar confianza en la construcción de un proyecto común, amplio, humilde, seguro, sobrio y transparente”. Esto, sin embargo, no solo exige una “nueva organización sino la conversión de nuestra mente, de nuestra manera de rezar, de gestionar el poder y el dinero, de vivir la autoridad así también de cómo nos relacionamos entre nosotros y con el mundo”.