La vida de Brian, la memorable película de los Monty Python financiada por George Harrison, cumple cuarenta años. El tumulto de protestas, censuras y condenas que suscitó entre católicos y judíos en Estados Unidos y gran parte de Europa –en Noruega llegó a ser prohibida– ha quedado atrás. Hoy se asume, como lo que es: una genialidad del buen humor. Para Peio Sánchez Rodríguez, director del Festival de Cine Espiritual de Barcelona y autor de ‘Dios, la muerte y el más allá en el cine contemporáneo‘ (PPC), está entre las cien mejores películas “con valores espirituales” de la historia del cine.
Juan Carlos García Domene, director del Instituto Teológico San Fulgencio de Murcia, sostiene que “el caso singular de ‘La vida de Brian’ es que, junto al ‘Jesús de Nazaret’, de Franco Zeffirelli y ‘La Pasión’, de Mel Gibson, son las verdaderamente configuradoras del imaginario cristológico del gran público”. Aún así, señala que la película muestra “un humor corrosivo que ha herido –y hiere– la sensibilidad de muchos espectadores”. Pero puntualiza: “Aunque también puede entenderse que estas figuras de Jesús ‘son vehículos culturales para alertar a los espectadores sobre la auténtica religión y la vivencia genuina de los principios evangélicos comparados con la farsa y la hipocresía de tantos que se profesan cristianos y de sus prácticas’”, afirma, citando al religioso australiano Peter Malone.
Brian ni siquiera llega a ser crucificado. Aunque los Monty Python se sirven de la confusión y los paralelismos, Brian no es Jesús. Solo aparece Jesús en dos momentos. Una, al comienzo del film, en una breve estampa navideña en el portal de Belén, cuando los Reyes Magos salen de la covacha de Brian. La segunda es Jesús, en el sermón de la Montaña, mientras proclama las bienaventuranzas. No se ríen de ellas –ni de la religión–, sino de sus interpretaciones fuera de lugar. La adoración de la babucha, por ejemplo. Como dice el crítico Álvaro Soto: “Más allá del debate religioso, la sociedad británica, y el resto del mundo, disfrutaron con una película maravillosa que, vista con ojos limpios, invita al espectador a luchar contra todos los fundamentalismos, políticos, religiosos y nacionalistas, a desarrollar la mayor de las cualidades: reírse de uno mismo, y sobre todo, ver el lado bueno de la vida”.
Las citas de “¡Disidentes!”, “Pijus Magníficus”, “¿Qué han hecho los romanos por nosotros?”, “No es el mesías, es un sinvergüenza” o “¡Lapidación!” siguen proyectando risas, pero también continúan invitando a la reflexión sobre el nacionalismo, el poder, la convivencia, la sacralidad o la falsedad. Como esa canción –y toda la escena– con la que concluye la película, con los crucificados entonando y silbando ese himno que es ‘Mira siempre el lado brillante de la vida’, de indudable lectura también religiosa. Y es que “saber reír es saber amar”, como proclama Peio Sánchez, parafraseando a un personaje de ‘Canción de cuna’, la película de José Luis Garci.