En una basílica de San Pedro repleta de fieles, el Papa ha presidido la tradicional misa de la Epifanía del Señor en la que ha llamado la atención sobre la tentación de “confundir la luz de Dios con las luces del mundo”. “Cuántas veces hemos seguido los seductores resplandores del poder y de la fama, convencidos de prestar un buen servicio al evangelio, reconoció el Papa para subrayar que “la luz de Dios no va a aquellos que brillan con luz propia. Dios se propone, no se impone; ilumina, pero no deslumbra”.
En su homilía del día de Reyes, Francisco alertó de “cuántas veces, incluso como Iglesia, hemos intentado brillar con luz propia. Pero nosotros no somos el sol de la humanidad. Somos la luna que, a pesar de sus sombras, refleja la luz verdadera, el Señor: Él es la luz de mundo; él, no nosotros”.
Francisco explicó además que la luz de Dios “va a quien acoge” y “brilla en el amor humilde”. “Es necesario revestirse de Dios que es la luz, cada día, hasta que Jesús se convierta en nuestro vestido cotidiano. Pero para vestir el traje de Dios, que es sencillo como la luz, es necesario despojarse antes de los vestidos pomposos, en caso contrario seríamos como Herodes, que a la luz divina prefirió las luces terrenas del éxito y del poder”, insistió una vez más.
“Para encontrar a Jesús -recomendó el Papa- hay que plantearse un itinerario distinto, hay que tomar un camino alternativo, el suyo, el camino del amor humilde”. Se detuvo en ese momento en la cita del Evangelio de Mateo que señala cómo los magos de Oriente, tras conocer al Hijo de Dios “se retiraron a casa por otro camino”. Así, planteó cómo los cristianos están llamados a tomar “un camino alternativo al mundo”. “Porque solo quien deja los propios afectos mundanos para ponerse en camino encuentra el misterio de Dios”, añadió.
“Entonces Jesús nace dentro y se convierte en Dios vivo para mí. Hoy estamos invitados a imitar a los magos”, propuso. Y continuó diciendo: “Ellos no discuten, sino que caminan; no se quedan mirando, sino que entran en la casa de Jesús; no se ponen en el centro, sino que se postran ante él, que es el centro; no se empecinan en sus planes, sino que se muestran disponibles a tomar otros caminos”.
El Papa describió cómo en los gestos de Melchor, Gaspar y Baltasar, “hay un contacto estrecho con el Señor, una apertura radical a él, una implicación total con él. Con él utilizan el lenguaje del amor, la misma lengua que Jesús ya habla, siendo todavía un infante”.
“De hecho, los magos van al Señor no para recibir, sino para dar”, recordó. A renglón seguido dirigió una pregunta a los fieles que le escuchaban: “¿Hemos llevado algún presente a Jesús para su fiesta en Navidad, o nos hemos intercambiado regalos solo entre nosotros?”. Ante las posibles respuestas, lanzó una sugerencia: “Si hemos ido al Señor con las manos vacías, hoy lo podemos remediar”.
Así, planteó el oro como signo de que “a Dios hay que darle siempre el primer lugar” y “para hacerlo es necesario que nosotros mismos cedamos el primer puesto, no considerándonos autosuficientes sino necesitados”. Por otro lado, interpretó el incienso como símbolo de la oración y la mirra, como signo de “gratuidad, la misericordia” hacia el que sufre.