Entre el 7 y el 10 de enero de 1949 se celebró en Mallorca el primer Cursillo de Cristiandad de la historia. Se hizo con motivo de preparar a 21 jóvenes peregrinos para su visita a Santiago de Compostela y hoy, cuando se cumplen 70 años de aquel primer cursillo, esta experiencia que han vivido más de 250.000 personas ha ido creciendo hasta convertirse en un movimiento eclesial que se ha expandido por todo el mundo y ha sido reconocido por la Santa Sede.
Hoy, el movimiento está presente en 57 diócesis de nuestro país y se han celebrado más de 10.500 cursillos. Por su parte, Álvaro Martínez, presidente nacional del movimiento, explica a Vida Nueva que desde sus inicios, los Cursillos de Cristiandad “han querido mantener su identidad”, pero sin olvidar que cada época tiene sus diferencias.
“La esencia es la misma ahora que hace 70 años”, continúa Martínez, “pero el avanzar del tiempo nos lleva a dar respuestas a la vida concreta de las personas, por lo que en 70 años ha habido que saber adecuarla”. Esto implica “planteamientos, cambios de lenguaje y un gran esfuerzo de discernimiento”. “Los cursillos no se explican bien, hay que vivirlos”, ya que es “una experiencia que lo que pretende es posibilitar que una persona en cualquier circunstancia, condición y posición pueda experimentar un encuentro con Dios”, añade.
Y esto es, en definitiva, “hallar un sentido a la propia vida coherente con el ser cristiano”. Una posibilidad de encontrar “sentido y fundamento” a la vida, que “se hace grande cuando descubrimos que Dios tiene un proyecto para nosotros”, y que es un Dios “que no es algo, sino alguien cercano”. Para experimentar un Cursillo de Cristiandad “lo primero y fundamental”, dice Martínez, “es partir de una actitud de apertura y de búsqueda”. Y es que “nuestra vida puede tener más sentido, ser más plena, y un cursillo es la ocasión de ensanchar esa vida”, así como la oportunidad de “pararnos a reflexionar lo que de verdad significa la experiencia de Dios”.
“Antes, por ejemplo, la imagen que se tenía de Dios era la de castigador, y eso se destruía en estos cursillos”. Sin embargo, “ahora la realidad es que ni siquiera nos planteamos su existencia, por lo que supone toda una sorpresa encontrarlo”, continúa. “Muchas personas no son cristianas porque no saben lo que significa ser cristiano”, señala Martínez. “Serlo es una experiencia de alegría”, un encuentro en el que se da sentido a la propia vida a la luz de la fe. “Es una experiencia muy bonita vivir estos cursillos con alguien que es la primera vez que los hace porque cambia mucho la perspectiva”, asevera.