Hace 25 años, la hermana Lucero Guillén, misionera de Jesús, dejó su labor como maestra para convertirse en activista a favor de los derechos humanos. Vio que muchas cosas funcionaban mal “simplemente porque a las autoridades les daba la gana”. “El Estado es como una máquina que procesa pobres y esa regla hay que romperla. Los ciudadanos tienen que asumir los espacios que hay para participar”. Y ella los asumió. Tanto que escandalizó a más de uno. Y no, no se ha quedado muda. Desde hace seis años coordina la Pastoral de la Tierra en el Vicariato Apostólico de Yurimaguas y le planta cara a las grandes empresas que, con la connivencia de las autoridades, pretenden desalojar a las comunidades de sus territorios ancestrales y saquear los recursos.
PREGUNTA.- ¿A qué ha de tener miedo hoy la Amazonía?
RESPUESTA.- Primero, a que el Estado mire solo sus recursos naturales. La Amazonía está divida en lotes petroleros y mineros, a los que se ha unido ahora la agroindustria, con la palma de aceite, el cacao, el palmito… echando abajo el bosque. Y está también el peligro de mucha gente que viene de fuera. Ve semejantes extensiones de terreno que se cree que la gente que vive en ellos es ociosa, sin comprender que si destrozas el bosque, la naturaleza te pasará factura. Vienen pensado que la Amazonía es apta para todo, y no es así. Hay que cuidarla. Y la gente de las comunidades quiere trabajar, pero no sabe cómo. De ahí que necesitemos personas volcadas en proteger el suelo amazónico, como hacemos con la agricultura diversificada.
P.- La Pastoral de la Tierra es una obra de la Iglesia. ¿Hay otras entidades que trabajen en la defensa del medioambiente?
R.- Mayormente, la Iglesia está sola. Antes de con la tierra, estábamos con la pastoral de la salud, la educación… Y ahora, con la ocupación de territorios por parte de empresas, la Iglesia tenía que ocuparse de esta cuestión. Hay otras organizaciones que vienen con un proyecto y, cuando lo finalizan, se van. Nosotros nos quedamos, con o sin proyecto, al lado de la gente. La Iglesia es la institución que más conoce la problemática de la población en estas zonas.
P.- ¿Qué le parece que el Papa haya convocado desde Roma un Sínodo para hablar sobre lo que está sucediendo aquí?
R.- Me parece genial, genial, recoge nuestras aspiraciones de misioneros para darle, ante todo el mundo, la connotación que merece. Es muy fácil decir que somos el pulmón del mundo, pero este pulmón, que alimentan los bosques, nos lo estamos cargando. Y las comunidades están notando el impacto del cambio climático, con repentinos vientos fuertes o temperaturas que antes no había y ahora llegan a los 8 grados… Por eso, esta iniciativa de Francisco es muy importante, pues supone poner en la agenda del mundo un tema de discusión que no es solo intraeclesial, pues trasciende y hay mucha gente implicada que quiere trabajar en la cuestión medioambiental. Y qué mejor que un figura como el Papa se preocupe por ese problema mundial.
P.- ¿Echa en falta algo en el material preparatorio del Sínodo?
R.- Hay temas que se tienen que ir recogiendo. Por ejemplo, aquí tenemos indígenas como diáconos consagrados. Y es que no hay suficientes sacerdotes ni misioneros para llegar a todas partes. ¿Cómo llevar la eucaristía, que decimos que es el centro, a todos estos lugares? Es decir, si no hay eucaristía, ¿no hay Dios? Son cosas que nos tenemos que replantear. También está la cuestión de la participación de la mujer en la Iglesia. Habría que trabajarlo, y más en estos contextos, donde aún es tenida como inferior. Y deberíamos ser más incisivos en la cuestión social, porque a los misioneros nos preparan para ser los buenos de la película, los que siempre acogen, consuelan y nada más. Pero hay momentos en donde tienes que confrontarte –es el papel que muchas veces tengo que jugar con las autoridades– y llamar a las cosas por su nombre.