Tal fue el impacto ante su inauguración que en Estados Unidos llegó a titularse con indudable sensacionalismo, pero también con voluntad sacralizadora: “Dios abre el Museo de la Biblia”. A un paso del National Mall, sede del Capitolio y de los grandes museos de Washington DC, como la National Gallery of Art o el National Museum of Natural History, el mayor museo del mundo dedicado a las Sagradas Escrituras cumple un año. Detrás queda la polémica, no del todo olvidada, si ese Dios –y su megamuseo– es solo evangélico o no. Es, al menos, el Dios de su creador, Steve Green, el multimillonario protestante de Oklahoma City, que ha querido hacer “el museo con la tecnología más avanzada del mundo”.
Realidad virtual, techos digitales, salas inmersivas, pantallas táctiles de última generación que responden a un discurso museográfico que combina “alta tecnología, historia e interacción”. Explicar la historia de la Biblia –y su extraordinaria influencia en la civilización contemporánea– “debe ser, ante todo, entretenido”, sostiene Green. “Estamos comenzando este viaje y ha sido grandioso ver cuánto se emocionan las personas por lo que se ha hecho y tenemos aquí. El compromiso con nuestros visitantes es nuestra mayor satisfacción”, afirmó durante el aniversario Green, heredero y director ejecutivo de Hobby Lobby, la cadena de más de seiscientos grandes almacenes dedicados a las manualidades que conforma el imperio familiar.
El millonario mantiene que la única intención de la familia Green es “honrar al Señor de una manera consistente con los principios bíblicos”. El museo, desde luego, sigue asombrando por su grandiosidad: tres años de obras, 500 millones de dólares de inversión, una puerta de 2,5 toneladas que reproduce una página de la Biblia de Gutenberg, 40.000 metros cuadrados, ocho plantas y 40.000 piezas, sin duda una de las mayores colecciones del mundo vinculadas a la historia del Antiguo y el Nuevo Testamento. Entre ellas, tablillas cuneiformes, fragmentos de papiro y pergamino –más de mil– en griego, sirio y copto, pergaminos con la Torá o manuscritos bíblicos antiguos.
En estos poco más de doce meses abierto al público, el museo ha virado entre la popularidad, el arte, los recursos digitales y el rigor científico. La atracción ha sido el ejemplar de la Biblia, que perteneció a Elvis Presley o la rara edición de 1807 impresa en las Antillas británicas conocida como la Biblia de los Esclavos, en la que se ha suprimido “cualquier identificación entre Dios y la rebelión o liberación”, en palabras del conservador Antonhy Schmidt. “Alrededor del 90% del Antiguo Testamento fue eliminado, además del 50% del Nuevo Testamento”, añade. Pero también ha apostado por exposiciones monográficas como la dedicada al artista alemán Willy Wiedmann y su famosa ilustración de la Biblia en un personalísimo estilo denominado Polycon.
El rigor científico tiene que ver con la retirada de las vitrinas de cinco fragmentos bíblicos de los manuscritos del Mar Muerto que el profesor Michael Langlois, profesor de la Universidad de Estrasburgo, ha revelado falsos. Aunque, no obstante, advierte de otras falsificaciones similares en la noruega colección Schøyen y otras instituciones. Los falsificaciones modernas no solo afectan al Museo de la Biblia; se remontan a los años 60, pocos años después de los primeros hallazgos en Qumrán. La repercusión, aún así, de que los 16 fragmentos adquiridos por Steve Green entre 2009 y 2012 puedan ser falsificaciones –realmente están en duda, al menos, siete de ellos– ha sido extraordinaria. El museo sigue exponiendo tres fragmentos, aunque expresa en su cartela que están investigando su origen.