Clara Campoamor es recordada por su papel clave a la hora de conseguir que las mujeres voten en pie de igualdad con los hombres en nuestro país. Algo que hoy parece lógico, pero que, en la España de la II República le costó un alud de ataques e incomprensiones.
Con todo, Clara Campoamor es mucho más que la lucha por el sufragio femenino… Es una voz libre, auténtica y poderosa a la hora de penetrar en el alma humana. Algo que hizo en sus años de exilio, en Argentina, entre 1938 y 1955, y en Suiza, donde murió en 1972, tres años antes del fallecimiento de Franco. Un período de su vida mucho menos conocido y que ahora acaba de rescatar la Fundación Banco Santander, que publica ‘Del amor y otras pasiones’, de Beatriz Ledesma.
Es un cuidado volumen en el que se recupera su fructífera producción literaria en Argentina, cuando publicó, entre 1943 y 1945 en la revista ‘Chabela’, una serie de ensayos literarios que dedicó a varios de los principales exponentes de nuestras letras, como Quevedo, Góngora, Garcilaso, Juan de Mena, Espronceda, Bécquer, Zorrilla o Manuel Machado. Significativamente, también cuentan con su espacio propio los grandes místicos, fray Luis de León y san Juan de la Cruz.
En esta concepción más espiritual, resulta muy llamativo su ensayo dedicado a la mexicana sor Juana Inés de la Cruz, precisamente, la única mujer de la muestra y a la que Clara Campoamor reivindica como la “décima musa”. Fue tal su pasión por ella que, posteriormente, le dedicó un libro independiente con su biografía.
Pese a la aportación cultural a nuestro país, indudable más allá de las ideologías, sufrió el rechazo de nuestras autoridades cuando, en 1951, quiso regresar a su patria. El Gobierno de Franco le cerró todas las puertas por su condición de masona, exigiéndole que diera una lista en la que delatara a otros miembros de las logias; en caso contrario, debía aceptar una condena de 12 años de cárcel. No quiso traicionar a sus compañeros y aún siguió cuatro años más en Argentina antes de dar el salto a Suiza.
Su espíritu libre chocó, ya en su tiempo en la construcción de la II República, incluso entre muchas de compañeras de lucha por el sufragio femenino, como Margarita Nelken o Victoria Kent, que entendían que debían pasar unos años de “asimilación” de los valores republicanos antes de que las mujeres pudieran votar, pues, si no, “se dejarían influir por los curas en el confesionario”. El hecho de que en las elecciones de 1933 se registrara un triunfo de las derechas sirvió para que muchos, entre las fuerzas progresistas, la culparan a ella de lo ocurrido y la relegaran al ostracismo.
Vetada por por unos y otros, aislada espiritual y físicamente, Clara Campoamor se refugió en nuestros gigantes de la literatura. Un caudal de vida en el que los místicos conectaron con su esencia apasionada, regalándonos una obra que ha perdurado hasta hoy.