Le detuvieron en la localidad vizcaína de Ceánuri. Aquel era su primer destino como sacerdote, en la misma diócesis que le vio nacer. Luego estuvo en Erandio y, más tarde, en Basauri. Ahora, a sus 84 años, disfruta en Bilbao de su merecida jubilación, aunque a veces, si se lo piden “hago algunas sustituciones”.
Mantiene la mente lúcida y la memoria vívida. Y una parte de esta está ocupada por los años de reclusión que pasó en “la única cárcel del mundo en donde se pudieron de acuerdo Iglesia y Estado”, como señala: la prisión concordataria de Zamora, a donde el régimen enviaba a los curas díscolos con Franco.
Fue hace justo ahora 50 años, medio siglo desde que entró en unas dependencias a las que llegó para cumplir una condena de tres años reclusión. “Era una cárcel especial, porque el concordato entonces vigente señalaba que en caso de que un sacerdote tuviese que estar en una cárcel, habríamos de estar a parte del resto de la gente”.
La prisión concordataria de Zamora se mantuvo en funcionamiento desde 1968 hasta 1.977, después de muerto Franco, y por ella pasaron un centenar de curas. Al régimen le causó no pocos quebraderos de cabeza. Veía que la Iglesia le empezaba a dar la espalda y que los curas le señalaban desde el púlpito. Pero tampoco fue una situación cómoda para la Iglesia, con unos obispos alineados aún con el nacionalcatolicismo a los que sus curas dejaban en evidencia.
PREGUNTA.- Usted era coadjutor parroquial, profesor y director de una escuela profesional. ¿Cómo acabó en aquella cárcel?
RESPUESTA.- Viendo la situación de represión de aquellos años contra el pueblo, también contra el vasco, que iba creciendo de forma acentuada, tomé la decisión de estar lo más cerca posible de las necesidades de la gente y de ayudar en la medida de los posible. Nuestra postura no era tanto contra el régimen, cuanto a favor de los desfavorecidos.
Y en 1969 me condenaron a tres años de prisión por ayudar a un miembro de ETA que había resultado muy herido tras un encontronazo con la policía en una casa franca que tenían en Bilbao. Antes de ir a la cárcel fui salvajemente torturado en Indautxo. Creo que más duro que la cárcel fue pasar por las torturas.
P.- ¿Cómo les trataban en la cárcel de Zamora?
R.- Hay un testimonio de Ángel Palenzuela, que fue obispo de Segovia, y antes profesor del Seminario de Derio, en Bilbao. Palenzuela decía que aquello de que a los curas que estábamos presos en Zamora nos daban un trato especial, de eso, nada, todo lo contrario. El pabellón en el que nos recluyeron no tenía condiciones para pasar en él una estancia larga.
No tenía celdas, todos dormíamos en un dormitorio corrido, solo había dos salas para estar, una en invierno y otra en verano, con un patio pequeñísimo de 2×20 metros cuadrados. La alimentación, por supuesto, era escasa y de muy mala calidad, y casi todos los funcionarios –no todos– eran militantes del régimen y nos trataban con una dureza especial, diría yo. Tampoco nos ayudaba la climatología, muy fría en invierno y muy calurosa en verano. No, aquel lugar reunía las condiciones para una estancia larga.
P.- Y ahí pasó tres años. ¿Cuántos sacerdotes estaban?
R.- En mi época, estuvimos 53 sacerdotes: 40 vascos, cinco catalanes, tres gallegos, un asturiano, un extremeño, un madrileño, un murciano y un mallorquín. La mayoría éramos sacerdotes seculares, aunque también había cinco jesuitas, dos franciscanos, un benedictino, un pasionista, un capuchino y un escolapio. Algunos estuvieron hasta tres veces.
Lo que teníamos en común era la lucha por la causa de la justicia, de los que más sufrían los rigores del régimen. Es verdad que los vascos, a la represión, le veíamos dos caras: una represión social, que sufrían sobre todos los obreros; y otra la represión nacional, porque no se reconocía nuestra lengua, nuestra cultura, nuestra identidad.
P.- ¿Y cómo llevaban los obispos de la época tener curas encarcelados por Franco?
R.- La jerarquía, en su conjunto –aunque algunos se salvaban, y también los obispos auxiliares–, mantuvieron una postura timorata, por no decir cómplice. Lo que más nos animaba a seguir en nuestra lucha era el aliento que recibíamos desde fuera. Nosotros, en el País Vasco, tuvimos un apoyo total por parte de la gente y de bastantes sacerdotes.
Esta solidaridad contrastaba un poco con la postura de los obispos, hasta tal punto que nosotros a nuestros pastores les decíamos que no esperábamos que nos visitaran, que lo que esperábamos era que denunciaran la represión del régimen que sufría la gente.
P.- Hubo obispos que sí se solidarizaron con ustedes, e incluso más de un centenar de cristianos se encerraron en la Nunciatura, en noviembre de 1973, para protestar por una situación que les había llevado incluso a ponerse en huelga de hambre…
R.- Cuando la ocupación de la Nunciatura yo ya no estaba en la cárcel, pero sí que los entonces eran obispos auxiliares de Madrid con el cardenal Tarancón, Iniesta, Estepa y Oliver, pidieron que se trasladase a los curas presos y se cambiase su régimen penitenciario.
Y es que, final, la cárcel de Zamora fue un problema para la misma Iglesia. Tarancón sí que hizo sus gestiones para que se cerrara, pero el régimen finalmente no cumplió palabra. Yo estoy muy agradecido por el apoyo que se nos dio en aquellos años.
P.- Sin embargo, aquel encierro hizo mella en sacerdotes y muchos se secularizaron. Usted perseveró…
R.- Sí, y lo hice fundamentalmente por dos razones. Primero, mi familia es muy religiosa, a mí me atendió muy bien y, por fidelidad a ella. Pero también, y en segundo lugar, por mis feligreses de mi primer destino, y por los jóvenes de la escuela donde daba clase, a los que les insistía en la necesidad de ser críticos, pero también muy participativos en la sociedad. Y todo eso no lo iba a decir yo desde el púlpito y en las clases y luego… Por eso tenía que mantener mis principios, aunque luego tuviera dudas, que es normal. Pero no me arrepiento, eh, no me arrepiento de mi decisión.
P.- ¿Ha mantenido el contacto con quienes compartió presidio hace medio siglo?
R.- Sí, se va a hacer un documental sobra la cárcel de Zamora. Y tengo muy buena relación con los que se secularizaron, porque en la cárcel cada persona da todo lo que tiene de humano, porque cuando estás fuera, si tienes un bajonazo por lo que sea, podemos recurrir a amistades, a familiares, a hacer una excursión. Pero en la cárcel, o uno responde, o no responde. Y aquel grupo de presos de la cárcel de Zamora fue un grupo excepcional, excepcional.