Francisco ha iniciado el encuentro con los obispos centroamericanos haciendo referencia al Secretariado Episcopal de América Central (SEDAC), “un espacio de comunión, de discernimiento y de compromiso que nutre, revitaliza y enriquece vuestras Iglesias”. Lo ha hecho en la Iglesia de San Francisco de Asís tras su encuentro con las autoridades panameñas con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud.
En los 75 años desde su fundación, el SEDAC “se ha esforzado por compartir las alegrías y tristezas, las luchas y esperanzas de los pueblos de Centroamérica, cuya historia se entrelazó y forjó con la historia de vuestra gente”, ha señalado el Papa, recordando a tantos “hombres y mujeres, sacerdotes, consagrados, consagradas y laicos, han ofrecido su vida hasta derramar su sangre por mantener viva la voz profética de la Iglesia frente a la injusticia, el empobrecimiento de tantas personas y el abuso de poder”.
Entre ellos, Bergoglio ha destacado la figura de san Óscar Romero, a quien tuvo “el privilegio de canonizar recientemente en el contexto del Sínodo de los Obispos sobre los jóvenes”. El legado de personas como Romero “puede transformarse en testimonio activo y vivificante para nosotros, también llamados a la entrega martirial en el servicio cotidiano de nuestros pueblos”.
“Romero pudo sintonizar y aprender a vivir la Iglesia porque amaba entrañablemente a quien lo había engendrado en la fe”, ha señalado, añadiendo que fue precisamente ese mismo amor el que “lo guió hasta la entrega martirial”. Pero un martirio no entendido como “sinónimo de pusilanimidad o de la actitud de alguien que no ama la vida y no sabe reconocer el valor que esta tiene”. Al contrario, “el mártir es aquel que es capaz de darle carne y hacer vida esta acción de gracias”, ha subrayado el Papa.
Dirigiéndose a los obispos, Bergoglio ha apostillado que en la Iglesia “Cristo vive entre nosotros”, y por este motivo “tiene que ser humilde y pobre”, ya que una Iglesia “altanera, una Iglesia llena de orgullo, una Iglesia autosuficiente”, no es la Iglesia de Cristo.
Por todo esto, el Papa ha invitado a los obispos a no tener miedo “tocar y de acercarnos a las heridas de nuestra gente”, ya que también “son nuestras heridas”. Pero hacerlo, siempre, “al estilo del Señor”, dejando que ese sufrimiento “golpee y marque nuestras prioridades y nuestros gustos, el uso del tiempo y del dinero e incluso la forma de rezar, para poder ungirlo todo y a todos con el consuelo de la amistad de Jesucristo en una comunidad de fe que contenga y abra un horizonte siempre nuevo que dé sentido y esperanza a la vida”.
Francisco ha definido esta Jornada Mundial de la Juventud como “una oportunidad única para salir al encuentro y acercarse aún más a la realidad de nuestros jóvenes”, llena de “esperanzas y deseos”, pero también “hondamente marcada por tantas heridas”. Es precisamente con los jóvenes con quienes la Iglesia podrá “visualizar cómo hacer más visible y creíble el Evangelio en el mundo que nos toca vivir”, ya que ellos “son como termómetro para saber dónde estamos como comunidad y sociedad”. Los jóvenes “portan consigo una inquietud que debemos valorar, respetar, acompañar, y que tanto bien nos hace a todos porque desinstala y nos recuerda que el pastor nunca deja de ser discípulo y está en camino”.
Lejos de pensar que “la siembra ha caído en saco roto” en cuanto a las nuevas generaciones, Francisco ha subrayado que “muchas de esas inquietudes e intuiciones han crecido en el seno familiar alimentadas por alguna abuela o catequista, o en la parroquia, en la pastoral educativa o juvenil”, como resultado de una “escucha del Evangelio y en comunidades con fe viva y ferviente que encuentra tierra donde germinar”.
Sin embargo, Francisco no ha olvidado a tantos jóvenes que “dolorosamente han sido seducidos con respuestas inmediatas que hipotecan la vida” por falta de alternativas, encontrándose “sumergidos en situaciones altamente conflictivas y de no rápida solución” como puede ser la violencia doméstica, los feminicidios, que el Papa ha catalogado como una “plaga” en América Latina, pero también las “bandas armadas y criminales, el tráfico de droga, la explotación sexual de menores y de no tan menores”, entre otras. “Duele constatar que en la raíz de muchas de estas situaciones se encuentra una experiencia de orfandad fruto de una cultura y una sociedad que se fue desmadrando”, ha apostillado.
Francisco ha afirmado, también, que el futuro exige “respetar el presente dignificando y empeñándose en valorar las culturas de vuestros pueblos”, ya que la dignidad también se basa en la “autoestima cultural”. “Vuestros pueblos no son el patio trasero de la sociedad ni de nadie”, ha afirmado Bergoglio, ya que todos ellos “tienen una historia rica que ha de ser asumida, valorada y alentada”. Muchas veces, el miedo a la diversidad lleva también al miedo a los migrantes, que también “tienen rostro joven”, personas que lo único que buscan es “un bien mayor para sus familias”, por el cual “no temen arriesgar y dejar todo con tal de ofrecer el mínimo de condiciones que garanticen un futuro mejor”.
Ante estas situaciones, Francisco ha remarcado que la Iglesia, “gracias a su universalidad”, puede ofrecer “esa hospitalidad fraterna y acogedora para que las comunidades de origen y las de destino dialoguen y contribuyan a superar miedos y recelos, y consoliden los lazos que las migraciones, en el imaginario colectivo, amenazan con romper”. Así, la compasión resulta “uno de los grandes distintivos que como Iglesia podemos ofrecer a nuestros hermanos”.
Para concluir su discurso, Francisco ha señalado la necesidad de que “los pastores” no pierdan su tiempo en “labores administrativas” sino en escuchar. “Hay muchas cosas que hacemos a diario que deberíamos confiarlas a otros”, ha dicho el Papa, pero “lo que no podemos encomendar es la capacidad de escuchar, la capacidad de seguir la salud y vida de nuestros sacerdotes”, ya que “es importante que el cura encuentre al padre, al pastor en el que mirarse y no al administrador que quiere pasar revista de las tropas”.