Hace unos días, en el marco de la JMJ de Panamá, Francisco se dirigía a los jóvenes señalando que nunca pensaran que, por las circunstancias de su vida, jamás podrían cambiar, que no tenían oportunidades para mejorar. El no dar a nadie por perdido es, precisamente, uno de los valores evangélicos del proyecto Casa Oikía, desarrollado en Santa Cruz de la Sierra (Bolivia) por José Cervantes, sacerdote misionero murciano, y en el que se da acogida a los niños sin hogar de la localidad.
“El proyecto surge de una situación inesperada”, dice Cervantes a Vida Nueva, que en 2007 se encontró con un niño moribundo en la calle y sin un lugar al que acudir para facilitarle lo que necesitaba. Ahora, a punto después de unos meses en España, Cervantes vuelve a Bolivia para seguir trabajando con estos jóvenes “olvidados por la sociedad” y víctimas “de una realidad social de familias desestructuradas”.
Cervantes, profesor de Griego y Nuevo Testamento, le puso al proyecto el nombre de Oikía porque significa “casa, familia, hogar”, y por las dos veces que aparece en los evangelios esta palabra. “La primera es en la parábola del hijo pródigo, ya que es la casa hacia la que se dirige”, señala, y la segunda es “cuando los sabios de oriente acuden a adorar al niño Jesús”. Por este motivo, Cervantes quería crear una ‘oikía’ que acogiera a los niños “pródigos, marginados, víctimas de la sociedad y del mundo”, para que llegaran a “la casa del padre Dios, que fuera un lugar de alegría”.
En estos años han acogido a unos 350 chicos y chicas de entre 8 y 18 años, que siempre llegan al hogar “de una forma libre”, ya que “si uno de ellos quiere pasar la noche e irse al día siguiente, puede hacerlo”. Pero siempre pueden volver, ya que las puertas están abiertas.
“Cuando alguien decide que quiere cambiar nosotros aprovechamos ese hilo para enderezar su vida, primero cubriendo las necesidades básicas de hogar, comida, vestido, educación, formación y atención personalizada”, explica Cervantes.
Estos chicos han nacido en un ámbito social “en el que la vida y las relaciones humanas están poco cuidadas y en las que las relaciones privadas son muy básicas”. Una realidad “donde hace falta que toda la sociedad se transforme en el evangelio”.
“Nuestros chicos son el exponente más negativo de la situación familiar en Bolivia”, señala Cervantes, que además pone como ejemplo que “en una sociedad en la que lo normal es que los adultos vivan en pareja, sólo el 20% se han casado por lo civil y, por la Iglesia, apenas el 6%”.
Esta es, para Cervantes, la realidad social que aboga a que la mayoría de los bolivianos “no hayan convivido con ambos progenitores durante largos periodos de su infancia”. Así, “los niños vienen porque no pueden soportar ya el hogar, muchas veces porque viven con la pareja de sus madres y están en situación de abuso y violencia”.
Esta problemática de profundas raíces “muestra que el país tiene una carencia grande de valores evangelizadores”, pero que, mientras tanto, reclama que sus niños reciban “la atención necesaria”, ya que “si la familia les desprecia, la sociedad les margina”.