Desde que, el 30 de junio de 2016, Rodrigo Duterte se convirtiera en el presidente de Filipinas, el país de Asia marcado por la cruz (el 85% de los filipinos son católicos en un continente dominado por el islam, el budismo o el hinduismo) afronta una situación de constante convulsión, con un mandatario que, tras declarar la guerra al tráfico de drogas, ha abierto la veda para la ejecución extrajuduicial de hasta 5.00 personas ligadas a este fenómeno, aunque, según la Comisión Filipina de Derechos Humanos, la cifra real podría estar más cercana a los 30.000 asesinados.
La jerarquía católica local no ha dudado a la hora de clamar contra esta violación sistemática de los derechos humanos… Así, en febrero de 2017, publicaron un mensaje público en el que llamaban al Gobierno a cesar este “reino del terror”. Algo que le ha conllevado situarse en la diana de un político marcado por la vehemencia y la total falta de respeto.
De hecho, en los últimos meses, los obispos, sacerdotes y religiosos han recibido un alud de insultos de Duterte. Entre las frases más polémicas, figuran las siguientes: “La Iglesia es la hipócrita más grande de Filipinas”; “el 90% de los sacerdotes son homosexuales”; “a los obispos, matadlos. Esos bastardos no sirven para nada. Lo único que hacen es criticar”; “tienen mucho dinero. Matadles. Robadles. Están como locos conmigo”; “los obispos son unos hijos de puta”; “Dios es estúpido y los santos son malditos”.
Desgraciadamente, la bilis verbal del presidente ha podido tener sus consecuencias en la vida real. Y es que, en estos dos años y medio, hasta tres sacerdotes filipinos han sido asesinados de un modo violento. El Ejecutivo no ha asumido que se trate de ejecuciones extrajudiciales, pero el hecho de que fueran pastores que acompañaban a víctimas de la droga y tuvieran relación con entidades sociales críticas con la gestión presidencial no hace ni mucho menos descartable esta posibilidad.
En declaraciones a El Mundo, el redentorista filipino Amado Picardal sí ha señalado directamente a Duterte y denuncia que ha tenido que cambiar sus rutinas tras comprobar que está siendo seguido por escuadrones de la muerte. De hecho, en la actualidad mantiene oculta su ubicación.
Pese a todo, a nivel institucional, la Conferencia de Obispos Católicos de Filipinas está optando por una política de silencio y los pastores prefieren no responder a los comentarios de Duterte. “No queremos añadir más leña al fuego. Cualquier comentario solo exageraría el asunto”, ha indicado en un comunicado el portavoz del Episcopado, Jerome Seciliano.