El castellano del padre Mario Bartolini arrastra un acento que ni siquiera sus 42 años de misionero en Perú han conseguido disimular sus raíces italianas. Tampoco lo pretende. Este religioso pasionista es la historia viva del compromiso de la Iglesia por los más desfavorecidos del Perú. Detenido, juzgado y absuelto por rebelión por acompañar las acciones de las comunidades indígenas contra las multinacionales que deforestan y contaminan la Amazonía peruana, estuvo a punto de ser expulsado del país por el expresidente Alan García, al que acusó directamente de ser el culpable, en 2009, de la masacre de Baguas, cuando la policía desalojó de sus tierras a sus pobladores nativos.
Pero su compromiso era solo con los sin voz, por eso, por sus homilías desde la radio y su presencia en los pueblos del Vicariato Apostólico de Yurimaguas –de donde era obispo y amigo el español José Luis Astigarraga–, el grupo terrorista Túpac Amaru le amenazó de muerte. Eran los años 80-90 del siglo pasado. Vano intento. Al final fue él quien consiguió que el grupo armado abandonara la zona. Ahora, su lucha es contra la degradación del Amazonas.
PREGUNTA.- ¿Qué está pasando en lo que es considerado el pulmón de la Tierra?
RESPUESTA.- Que están llegando los acaparadores de tierra. A la Amazonía hoy no emigran las personas necesitadas de tierra, sino las que ya la tienen y quieren seguir acaparando más para luego venderla. Son los negociadores, los comerciantes de tierras. Llegan a estos parajes, compran, acaparan, hacen algún trabajito en las tierras y luego las revenden.
Este es uno de los principales problemas, al que se une la posterior entrega por parte del Gobierno de vastas zonas de estos territorios, por ejemplo, al Grupo Romero para el cultivo de palma aceitera. Ahí está el caso de las 10.000 hectáreas de tierra cerca de Barranquita, que no eran tierras deshabitadas ni destruidas.
Una política de entreguismo a las multinacionales
P.- ¿Y qué razones les dan para permitir esa entrega de tierras?
R.- Esas tierras eran bosques primarios y, según la norma, no se pueden entregar bosques primarios. Pero esa empresa pasó por encima de las más elementales normas medioambientales con la complicidad del Gobierno, en una política de entreguismo a las empresas nacionales e internacionales, porque falsamente piensan que pueden generar desarrollo en el país, cuando esto, en realidad, es falso al mil por ciento.
Nosotros vemos que donde actúan estas empresas, existe más pobreza, más desigualdad social y más contaminación del agua, del aire y del suelo. Y lo que es peor aún: ante esta contaminación, reconocida por entidades del Estado, ni la empresas ni el Gobierno hacen nada para solucionar ese daño ecológico.
P.- ¿Quién ayuda entonces a estas comunidades?
R.- Solo la Iglesia y algunas ONG. El Gobierno convoca muchas mesas de diálogo, pero solo sirven para apagar el fuego momentáneamente, pues luego incumple sus promesas. De ahí que ahora, en una reunión con Cáritas Española para preparar una serie de incidencias internacionales para dar a conocer esta situación, he defendido que la contaminación ambiental es un arma que utiliza el Gobierno y los grupos de poder económicos, nacionales e internacionales para eliminar a indígenas y serranitos, porque son considerados personas de segunda categoría, que no tienen derechos, y que son un obstáculo para la inversión privada.
Niños con mercurio y cadmio en la sangre
Nuestros hermanos indígenas piden, por lo menos, que se les facilite agua potable, porque tienen que beber el agua contaminada por las empresas extractivas que están instaladas en sus territorios. Son personas condenadas a la muerte a largo plazo. Hay niños que tienen mercurio y cadmio en la sangre. Estas empresas son los verdaderos asesinos de la humanidad. El Gobierno ha perdido credibilidad. Cree que la inversión privada genera desarrollo. Si para ellos matar a su gente y destruir el medioambiente es desarrollo, entonces no nos entendemos cuando hablamos.
P.- ¿Qué papel puede jugar el Sínodo panamazónico del próximo octubre en la defensa del medioambiente?
R.- Este Sínodo es algo fundamental para el cambio en la visión sobre la labor que la Iglesia hace en estas tierras. La Iglesia limeña, la de las grandes ciudades, tiene otra visión, pero en el Amazonas, los obispos de la selva siempre han tenido como característica la defensa de los indígenas, porque defender al indígena es defender la naturaleza.
Lo que antes era la preocupación de una determinada parte de la Iglesia, la Iglesia misionera, la que está en contacto con el pueblo que sufre, ahora ha sido universalizada con la convocatoria que ha hecho el papa Francisco de esta asamblea sinodal, cuya base está en que no se puede separar al hombre de la naturaleza.