“La fraternidad humana nos exige, como representantes de las religiones, el deber de desterrar todos los matices de aprobación de la palabra guerra. Devolvámosla a su miserable crudeza. Ante nuestros ojos están sus nefastas consecuencias. Estoy pensando de modo particular en Yemen, Siria, Irak y Libia”. Así se ha expresado el papa Francisco hoy, 4 de febrero, en su discurso en la reunión interreligiosa celebrada en el Memorial del Fundador en Abu Dabi.
Y ha añadido: “Juntos, hermanos de la única familia humana querida por Dios, comprometámonos contra la lógica del poder armado, contra la mercantilización de las relaciones, los armamentos de las fronteras, el levantamiento de muros, el amordazamiento de los pobres; a todo esto nos oponemos con el dulce poder de la oración y con el empeño diario del diálogo. Que nuestro estar juntos hoy sea un mensaje de confianza, un estímulo para todos los hombres de buena voluntad, para que no se rindan a los diluvios de la violencia y la desertificación del altruismo. Dios está con el hombre que busca la paz. Y desde el cielo bendice cada paso que, en este camino, se realiza en la tierra”.
Con motivo del octavo centenario del encuentro entre san Francisco de Asís y el sultán al-Malik al-Kāmil, el Papa ha aceptado la invitación a los Emiratos. Y “vengo aquí como un creyente sediento de paz, como un hermano que busca la paz con los hermanos. Querer la paz, promover la paz, ser instrumentos de paz: estamos aquí para esto”, ha dicho al comenzar su alocución.
Deteniéndose en la imagen del logo del viaje, que representa una paloma con una rama de olivo, el Papa ha indicado que “es una imagen que recuerda la historia del diluvio universal, presente en diferentes tradiciones religiosas. De acuerdo con la narración bíblica, para preservar a la humanidad de la destrucción, Dios le pide a Noé que entre en el arca con su familia. También hoy, en nombre de Dios, para salvaguardar la paz, necesitamos entrar juntos como una misma familia en un arca que pueda navegar por los mares tormentosos del mundo: el arca de la fraternidad”.
Y, para ello, “el punto de partida es reconocer que Dios está en el origen de la familia humana. Él, que es el Creador de todo y de todos, quiere que vivamos como hermanos y hermanas, habitando en la casa común de la creación que él nos ha dado”, ya que “no se puede honrar al Creador sin preservar el carácter sagrado de toda persona y de cada vida humana: todos son igualmente valiosos a los ojos de Dios”. Porque “Él no mira a la familia humana con una mirada de preferencia que excluye, sino con una mirada benevolente que incluye”.
Para Francisco, “en el nombre de Dios Creador, hay que condenar sin vacilación toda forma de violencia, porque usar el nombre de Dios para justificar el odio y la violencia contra el hermano es una grave profanación. No hay violencia que encuentre justificación en la religión”.
Jorge Mario Bergoglio también se ha referido al individualismo como el “enemigo” de la fraternidad. “Es una insidia que amenaza a todos los aspectos de la vida, incluso la prerrogativa más alta e innata del hombre, es decir, la apertura a la trascendencia y a la religiosidad. La verdadera religiosidad consiste en amar a Dios con todo nuestro corazón y al prójimo como a nosotros mismos. Por lo tanto, la conducta religiosa debe ser purificada continuamente de la tentación recurrente de juzgar a los demás como enemigos y adversarios. Todo credo está llamado a superar la brecha entre amigos y enemigos, para asumir la perspectiva del Cielo, que abraza a los hombres sin privilegios ni discriminaciones”.
En este sentido, ha expresado su gratitud con este país, que “tolera y garantiza la libertad de culto, oponiéndose al extremismo y al odio”. De esta manera, “al mismo tiempo que se promueve la libertad fundamental de profesar la propia fe, que es una exigencia intrínseca para la realización del hombre, también se vigila para que la religión no sea instrumentalizada y corra el peligro, al admitir la violencia y el terrorismo, de negarse a sí misma”, ha subrayado.
En su opinión, la expresión de la fraternidad es la “pluralidad religiosa”. En este contexto, “la actitud correcta no es la uniformidad forzada ni el sincretismo conciliatorio: lo que estamos llamados a hacer, como creyentes, es comprometernos con la misma dignidad de todos, en nombre del Misericordioso que nos creó y en cuyo nombre se debe buscar la recomposición de los contrastes y la fraternidad en la diversidad”.
El Papa ha insistido en la idea del diálogo cotidiano y efectivo, así como “el pleno reconocimiento del otro y de su libertad, y el consiguiente compromiso de empeñarme para que sus derechos fundamentales sean siempre respetados por todos y en todas partes. Porque sin libertad ya no somos hijos de la familia humana, sino esclavos”. De entre las libertades, Bergoglio ha destacado la religiosa: “Esta no se limita solo a la libertad de culto, sino que ve en el otro a un verdadero hermano, un hijo de mi propia humanidad que Dios deja libre y que, por tanto, ninguna institución humana puede forzar, ni siquiera en su nombre”.
Según Francisco, “no hay alternativa: o construimos el futuro juntos o no habrá futuro. Las religiones, de modo especial, no pueden renunciar a la tarea urgente de construir puentes entre los pueblos y las culturas. Ha llegado el momento de que las religiones se empeñen más activamente, con valor y audacia, con sinceridad, en ayudar a la familia humana a madurar la capacidad de reconciliación, la visión de esperanza y los itinerarios concretos de paz.
En este empeño de reconciliación, Francisco ve clave dos aspectos: la educación y la justicia. “Es confortador observar que en este país no solo se invierte en la extracción de los recursos de la tierra, sino también en los del corazón, en la educación de los jóvenes. Es un compromiso que espero continúe y se extienda a otros lugares. También la educación acontece en la relación, en la reciprocidad. Junto a la famosa máxima antigua ‘conócete a ti mismo’, debemos colocar ‘conoce a tu hermano’: su historia, su cultura y su fe, porque no hay un verdadero conocimiento de sí mismo sin el otro”.
Asimismo, ha señalado que “invertir en cultura ayuda a que disminuya el odio y aumente la civilización y la prosperidad. La educación y la violencia son inversamente proporcionales. Las instituciones católicas —muy apreciadas en este país y en la región— promueven dicha educación para la paz y el entendimiento mutuo para prevenir la violencia”.
Por otro lado, en relación a la justicia (“el segundo ala de la paz”), Francisco ha explicado que “la paz y la justicia son inseparables”, porque “la paz muere cuando se divorcia de la justicia, pero la justicia es falsa si no es universal. Una justicia dirigida solo a miembros de la propia familia, compatriotas, creyentes de la misma fe es una justicia que cojea, es una injusticia disfrazada”.
Además, ha pedido que “las religiones sean la voz de los últimos, que no son estadísticas sino hermanos, y estén del lado de los pobres; que vigilen como centinelas de fraternidad en la noche del conflicto, que sean referencia solícita para que la humanidad no cierre los ojos ante las injusticias y nunca se resigne ante los innumerables dramas en el mundo”.
Tampoco ha perdido la oportunidad el Papa para denunciar la indiferencia. “Aquí, en pocos años, con visión de futuro y sabiduría, el desierto ha florecido, no solo por unos pocos días al año, sino para muchos años venideros”. Sin embargo, “el desarrollo tiene también sus adversarios. Y si el enemigo de la fraternidad era el individualismo, me gustaría señalar a la indiferencia como un obstáculo para el desarrollo, que termina convirtiendo las realidades florecientes en tierras desiertas. De hecho, un desarrollo meramente utilitario no ofrece un progreso real y duradero. Solo un desarrollo integral e integrador favorece un futuro digno del hombre”.
Francisco ha recalcado su deseo de que “en toda la amada y neurálgica región de Oriente Medio, haya oportunidades concretas de encuentro: una sociedad donde personas de diferentes religiones tengan el mismo derecho de ciudadanía“. Así, ha concluido advirtiendo a todos los credos la obligación de “contribuir activamente a la desmilitarización del corazón del hombre. La carrera armamentística, la extensión de sus zonas de influencia, las políticas agresivas en detrimento de lo demás nunca traerán estabilidad”. Y es que “la guerra no sabe crear nada más que miseria, las armas nada más que muerte”.