Reportajes

Francisco en Emiratos Árabes: Oasis de paz en el corazón del islam





No es necesario darle muchas vueltas a la cabeza ni repasar las páginas del diccionario para encontrar los adjetivos del viaje de Francisco a los Emiratos Árabes Unidos (EAU): insólito, inédito y, por lo tanto, histórico. Bergoglio ha sido el primer Papa de la historia que ha puesto pie en la península arábiga, cuna de la religión musulmana, y que ha firmado con el Gran Imán de la Universidad de El Cairo Al-Azhar, Ahmad al-Tayyib (máxima autoridad doctrinal del islam sunita) una declaración sobre la Fraternidad humana para la paz mundial y la convivencia común. La ceremonia de la firma tuvo lugar el lunes 4 de febrero en el Founder’s Memorial de Abu Dabi, en presencia de 700 líderes religiosos de todo el mundo y del príncipe heredero de los EAU, el jeque Mohammed bin Zayed Al Nahyan, generoso y lúcido anfitrión del acontecimiento.

El Papa y el príncipe heredero mantuvieron una larga conversación privada el pasado 4 de febrero, al final de la cual se intercambiaron sendos regalos. El emir entregó a su huésped el acta notarial por la que su padre regalaba unos terrenos a la Iglesia católica para construir su templo y Jorge Mario Bergoglio respondió con una medallón que describe el encuentro, hace ocho siglos, entre san Francisco y el emir de Egipto Malik al-Kamil.

Después, Francisco y Ahmad al-Tayyib se dirigieron en un mini-coche de golf al gran patio del Founder’s Memorial, donde iba a tener lugar el solemne acto, momento transcendental de la visita papal. Abrió la ceremonia el vicepresidente y primer ministro de los Emiratos, Mohammed Bin Rashid al Matoum, con unas breves palabras de saludo para agradecer al Papa su visita y asegurarle que “llevaremos en alto la bandera de la fraternidad universal y la defenderemos siempre”. Intervino seguidamente el Gran Imán, que se dirigió a Bergoglio llamándole “hermano y querido amigo”. Ahmad al-Tayyib comenzó definiendo lo que estaba por suceder como un “acontecimiento extraordinario”, porque se trata de poner “fin a las guerras y a la violencias, dejando atrás los intereses políticos y económicos”.

“Dios es el origen de la familia humana”

Francisco, por su parte, inició su discurso declarando que había llegado hasta aquí como “un creyente sediento de paz, como un hermano que busca la paz con sus hermanos. Querer la paz, promover la paz, ser instrumentos de paz; estamos aquí para eso”. “El punto de partida –señaló– es reconocer que Dios está en el origen de la familia humana. Aquí, en las raíces de nuestra humanidad común, se fundamenta la fraternidad. Nos dice que todos tenemos la misma dignidad y que nadie puede ser amo o esclavo de los demás”. “Por lo tanto –prosiguió–, en el nombre de Dios creador hay que condenar sin vacilación toda forma de violencia, porque usar el nombre de Dios para justificar el odio y la violencia contra el hermano es una grave profanación. No hay violencia que encuentre justificación en la religión”.

El largo discurso lo dividió en cuatro partes. En la primera de ellas destacó que ,“sin libertad, ya no somos hijos de la familia humana, sino esclavos. De entre las libertades, me gustaría destacar la religiosa. Esta no se limita solo a la libertad de culto, sino que ve en el otro a un verdadero hermano, un hijo de mi propia humanidad”. De la segunda, que lleva como título ‘Diálogo y oración’, subrayo estas frases: “No hay alternativa: o lo construimos juntos o no habrá futuro. Las religiones no pueden renunciar a la tarea urgente de construir puentes entre los pueblos y las culturas. Ha llegado el momento de que las religiones se empeñen más activamente, con valor y audacia, con sinceridad, en ayudar a la familia humana a madurar la capacidad de reconciliación, la visión de esperanza y los itinerarios concretos de paz”.

En la tercera parte, sobre el tema ‘La educación y la justicia’, reivindicó “que las religiones sean la voz de los últimos, que no son estadísticas, sino hermanos. Y que estén al lado de los pobres, que vigilen como centinelas la fraternidad en las noches de conflicto, que sean referencia solícita para que la humanidad no cierre los ojos ante las injusticias”. Por fin, en la última de las cuatro partes, hermosamente titulada ‘El desierto que florece’, Francisco hace un llamamiento a las religiones para que comprendan “que a ellas les corresponde, quizás como nunca antes, en esta delicada situación histórica, una tarea que ya no puede posponerse: contribuir activamente a la desmilitarización del corazón del hombre. La carrera armamentística, la extensión de sus zonas de influencia, las políticas agresivas en detrimento de los demás, nunca traen estabilidad. La guerra no sabe crear más que miseria; las armas, nada más que muerte”.

“Desterrar la aprobación de la palabra guerra”

A modo de conclusión, dirigida a todos sus oyentes, recalcó: “La fraternidad humana nos exige, como representantes de las religiones, el deber de desterrar todos los matices de aprobación de la palabra guerra. Devolvámosla a su miserable crudeza. Ante nuestros ojos están sus nefastas consecuencias. Estoy pensando de modo particular en Yemen, Siria, Irak y Libia… Comprometámonos contra la lógica del poder armado, la mercantilización de las relaciones, los armamentos de las fronteras, el levantamiento de muros, el amordazamiento de los pobres. (…) Dios está con el hombre que busca la paz y desde el cielo bendice cada paso que, en este camino, se realiza en la tierra”.

Acabado el discurso, el Papa y el Gran Imán firmaron el documento sobre la Fraternidad humana. Es una declaración concreta, directa, vivaz y que no se presta a tergiversaciones. Como prueba de ello, este párrafo: “El terrorismo execrable que amenaza la seguridad de las personas, tanto en Oriente como en Occidente, al Norte y al Sur, derramando pánico, terror y pesimismo, no es debido a la religión (aunque los terroristas la instrumentalizan), sino que es debido a las acumuladas interpretaciones erróneas de los textos religiosos, a las políticas de hambre, de pobreza, de injusticia, de opresión, de arrogancia; por esto es necesario interrumpir el sostén a los movimientos terroristas, proporcionándoles dinero, armas, planes o justificaciones, y también la cobertura mediática y considerar todo esto como crímenes internacionales que amenazan  la seguridad y la paz mundiales. Es necesario condenar tal terrorismo en todas sus formas y manifestaciones”.

El último acto del viaje papal fue la eucaristía (la primera celebrada públicamente en la península arábiga) en el estadio Zayed Sports City ante más de 180.000 enfervorizados fieles. A ellos se dirigió el Papa para pedirles que sus comunidades sean “oasis de paz”, trabajando por “conservar la paz y la unidad”, haciéndose cargo “los unos de los otros, con esa hermosa fraternidad que hace que no haya cristianos de primera y de segunda clase”.

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