Partimos de la base de que es osado encuadrar a distintos autores (almas libres, sin fronteras y marcadas por la búsqueda y la pasión) dentro de una “generación” (acéptese la licencia). Sigamos transgrediendo y atrevámonos a deslizar que la Generación del 98 fue, en su mayoría, “agnóstica”. Si empezamos a caminar y nos situamos en este estado de tabla rasa, nutrámoslo ahora con la belleza creativa de los integrantes de ese grupo cantando a su modo a Dios.
El sueño de Antonio Machado
Empecemos por Antonio Machado, de cuya muerte en suelo francés, al poco de iniciar su exilio, se cumplen 80 años este 22 de febrero. En materia espiritual, siempre se afirmó como escéptico, aunque ni mucho menos orilló a Dios de su vida. Su más bello testimonio en este sentido son estos dos breves poemas de ‘Proverbios y cantares’. El primero dice así: “Ayer soñé que veía / a Dios y que a Dios hablaba; / Y soñé que Dios me oía… / Después soñé que soñaba”. Y el segundo resuena de este modo: “Anoche soñé que oía / a Dios, gritándome: ¡Alerta! / Luego era Dios quién dormía / y yo gritaba: ¡Despierta!”.
Pío Baroja y la muerte de El Gran Pan
¿Qué decir de Pío Baroja, seguramente el que con más vehemencia cargó contra el catolicismo oficial de su época, aunque, a nivel individual, se declaraba “agnóstico”? La más estimulante de todas sus referencias religiosas se encuentra en su obra más universal, ‘El árbol de la ciencia’: “El Gran Pan ha muerto (…) ¿Quién era este Gran Pan cuya muerte se anunciaba? ¿Era solo el Dios de los pastores y de los rebaños? ¿Era Osiris? ¿Era Mendes? ¿Era Planes? ¿Era el Dios del Universo, el Gran Todo, el Eter Puro, la Sustancia Única de los estoicos?”.
Situado en ese escenario en el que Dios ha muerto, las consecuencias son palpables: “En vez de alegría, nos quedará el resentimiento; en vez de ímpetu vital, la teocracia y la ley; en vez de la realidad, la entelequia; en vez de la satisfacción, el desprecio; en vez de los frutos de la vida, el dinero. Miraremos con asco nuestro cuerpo, miraremos con desdén nuestras pasiones. Comprobaremos el vacío de la Naturaleza y pasaremos con tristeza y con horror nuestra mirada por toda la oquedad del mundo, entristecido por los hierofantes alucinados de las tierras del Sur. ¡El Gran Pan ha muerto!”.
Miguel de Unamuno y el “contento de vivir”
En este repaso no puede faltar Miguel de Unamuno, quien basó el corazón de su obra (y de su vida) en la búsqueda desesperada de una fe auténtica que le diera “contento de vivir”. No solo a él, sino a todos los hombres, a los que sentía como sus “hermanos” y para los que pedía una creencia de corazón en la vida eterna, pues, “si intuyeran la verdad” (la sospecha de la Nada), “ya no podrían vivir”.
Son innumerables sus referencias espirituales, pero una que marca especialmente la esencia unamuniana es la que, cada vez más, se envía a través de nuestros móviles en la Noche de Reyes, en el preciso instante en que los más pequeños de nuestros hogares se van pronto a dormir, preñados de una ilusión desbordada: “Agranda la puerta, Padre, porque no puedo pasar. La hiciste para los niños. Yo he crecido, a mi pesar. Si no me agrandas la puerta, achícame, por piedad; vuélveme a la edad aquella en que vivir es soñar”.
Unamuno, quien en toda su vida jamás dejó de luchar, sobre todo contra sí mismo, cinceló sobre piedra su lucha en el epitafio que glosa su lápida: “Méteme, Padre eterno, en tu pecho, misterioso hogar. Dormiré allí, pues vengo deshecho del duro bregar”.
Ramiro de Maeztu y la patria como espíritu
De toda la Generación del 98, el que vivió la fe con una mayor naturalidad (y menos convulsión íntima) fue Ramiro de Maeztu, quien nos dejó frases como esta: “La fraternidad de los hombres no puede tener más fundamento que la conciencia de la común paternidad de Dios”. Su sentir religioso le llevó a identificar el latir espiritual con el que se asocia históricamente a España con su mayor tesoro: “La patria es espíritu. Ello dice que el ser de la patria se funda en un valor o en una acumulación de valores, con los que se enlaza a los hijos de un territorio en el suelo que habitan”.
Ángel Ganivet y el cristianismo más original
Ángel Ganivet también se encuadró en ese cristianismo encarnado en la patria. Así lo retrató en su escrito clave, ‘Idearium’, donde reivindica que “el cristianismo cayó desde muy alto, desde el cielo”. Y, al caer en nuestra tierra, al “españolizarse”, quedó “sometido a nuestros vaivenes históricos”, impregnándose de nuestra vehemencia, pasión y belicismo, siendo la conclusión que “España fue la nación que creó el cristianismo más suyo, más original”.
La oración del poeta Azorín
¿Qué decir de Azorín, tenido por muchos de sus compañeros de generación como el gran maestro de todos ellos? Su mayor plegaria la dejó en este artículo, ‘La oración del poeta’, publicada a modo de artículo en la revista ‘Blanco y Negro’, en 1907: “Señor, ¿qué es la gloria? Señor, ¿para qué quiere escribir este pobre poeta sus versos? ¿Para qué estampar todos los días su nombre en esta hoja ese pobre periodista? Y ese político, ¿para qué arenga a las masas? Dame, Señor, una casa tranquila en el campo. Yo quisiera tener en ella unos pocos árboles verdes; si esa casa da al mar, yo comprenderé mejor a cada momento la inmensidad de lo infinito”.
“Yo quiero tener también en esa casa –prosigue el poeta– un buen perro que se ponga a mi lado y que me mire silencioso con sus ojos de amor. Yo quiero ver todas las mañanas cómo las puntas lejanas de las montañas se ponen de color rosa; yo quiero ver por las noches las luces misteriosas de las estrellas. Y ahí, Señor, deseo pasar el resto de mis días, olvidado de todos, oscurecido, sin que nadie me nombre, sin que nadie me escriba. Señor, dame un momento de reposo; tengo en mi espíritu un profundo cansancio”.
Los ejercicios espirituales de Valle-Inclán
Seguramente, el más poliédrico de todos los miembros de la Generación del 98 fue Ramón María del Valle-Inclán, quien mantuvo una postura muy crítica con la “Iglesia institucional” (aunque no renegaba de los sacramentos) al mismo tiempo que se sintió siempre fascinado por la figura de Jesús de Nazaret. Su obra referente aquí es ‘La lámpara maravillosa. Ejercicios espirituales’, donde aboga por volver al “niño interior” y reivindica que todos los seres vivos, incluidos los animales y plantas, “somos uno” y fluimos en un universo íntimo. Una línea sobre la que luego basaría su obra, por ejemplo, Hermann Hesse.