“Es verdad: hubo diaconisas en la Iglesia primitiva y hay muchísimo miedo a reconocerlo, a que detrás del diaconado femenino se cuele el sacerdocio de las mujeres”. Lo afirma tajante María José Arana (Bilbao, 1943) y es la tesis de fondo que acaba de exponer al hablar sobre esta cuestión en el III Seminario Mujeres en diálogo, que organiza el Instituto Superior de Pastoral de Madrid.
La fórmula de ordenación de las diaconisas que existía en la Iglesia primitiva “era muy semejante a la de la ordenación masculina, pero un poco más corta”, señala esta teóloga y religiosa del Sagrado Corazón de Jesús a esta revista, razón por al cual no comprende “que haya tantas pegas a aceptar esta fórmula”, salvo porque “en el fondo hay una resistencia terrible a ceder poder y a brindar un reconocimiento a las mujeres”.
Protagonistas en la Iglesia
Con todo, la autora de numerosos libros, entre ellos, ‘Mujeres sacerdotes, ¿por qué no?’, no reivindica repetir el papel que tuvieron las diaconisas en la Iglesia primitiva. “Tenemos que ver qué tipo de diaconisas y para qué tipo de Iglesia se necesitaría. Y en ese cambio queremos estar las mujeres, que no nos den la Iglesia ya cambiada”.
Sí tiene claro que ese nuevo papel “sería reconocido como auténtico sacramento pero sobre todo, respondiendo a los problemas que se plantean hoy día, y hacerlo en nombre de la Iglesia, y no de un voluntariado, en una estructura eclesial que sueño diferente y formando parte activa de la transformación de esa Iglesia”. “Nos nombran párrocos –ella fue, en la década de los 90, la primera “párroca” del País Vasco y una de las primeras de España–, pero nos reconocen poco menos que como un ayudante, porque si tocamos el sacramento del orden, que afecta a obispos, sacerdotes y diáconos, se presenta la cuestión del diaconado femenino, y entonces…”.