Joaquín Sabina cumplió 70 años (sesenta y diez, que diría él) el pasado 12 de febrero. Aunque la palabra retirada no entra por ahora en su vocabulario, es un buen momento para repasar su trayectoria. Así, nos encontramos con uno de los grandes poetas de nuestro tiempo y uno de los mejores retratistas de la sociedad, contada desde los versos más íntimos y elevados al cielo con su voz ajada y melancólica.
No hay fenómeno que no haya abordado el de Úbeda. Incluido el espiritual, porque, aunque estamos ante un gran profano (cuya casa en Madrid está adornada por todo tipo de esculturas e imágenes religiosas), Dios también ha estado muy presente en su obra. Un Dios al que ha descrito con su peculiar estilo canallesco: “Entelequia, llámalo equis, Yavé, Alá, Júpiter tronante, opio del pueblo, Superman… Cuántas guerras se hacen en su nombre”.
“El cura que ha de darme la extremaunción”
Pero, con la esencia justa de provocación (tan necesaria en estos tiempos de modorra), algunas de sus más bellas canciones entran, aunque sea de refilón, en lo divino. Para muestra, un botón. En este caso, la canción ‘A mis cuarenta y diez’, donde ya empieza a atisbar el momento final… “Pero sin prisas, que, a las misas / de réquiem nunca fui aficionado. / Que, el traje de madera, que estrenaré, / no está siquiera plantado. / Que el cura que ha de darme la extremaunción / no es todavía monaguillo”. Una maravilla que, más adelante, dice así: “El día del Juicio Final / puede que Dios sea mi abogado de oficio”.
Abierto el grifo, el agua sale disparada a borbotones en forma de pequeños destellos… “Que no se ocupe de ti el desamparo, / que cada cena sea tu última cena”. Unos versos de ‘Noches de boda’ en los que Sabina homenajea a Chavela Vargas y que se inician con un grito salido de las entrañas de la artista mexicana: “Ay Dios mío!”.
“Negaría el santo sacramento”
Y qué decir de ’19 días y 500 noches’, donde se lamenta por un desamor (esta vez es ella la que le ha dejado a él) y, en su genial súplica, alcanza a mirar a lo alto: “Qué pena tan grande. / Negaría el santo sacramento / en el mismo momento / que ella me lo mande”. Y eso que se promete esforzarse “para no comprarla / con bisutería, / ni ser el fantoche / que va en romería / con la cofradía”.
Que Sabina conoce el Evangelio es algo que se trasluce en ‘Que se llama Soledad’, donde “algunas veces busco un adjetivo / inspirado y posesivo, / que te arañe el corazón”. En el rastreo en pos de su musa, se topa, ni más ni menos, con el Jardín del Edén… “Algunas veces doy con un gusano / en la fruta del manzano / prohibido del padre Adán”.
Son muchas horas de mi vida escuchando a Joaquín Sabina, muchas noches de insomnio, muchos tardes de lluvia, muchos km en la carretera, muchas noches de fiesta, muchas risas con amigos y también, cómo no, algún que otro día de lágrimas.
Y la vida siguió…#FelicidadesSabina70— Ana Bolena (@AnaBolena33) 12 de febrero de 2019
Una oración
Pero, ¿don Joaquín reza? Según enseña en ‘Como un dolor de muelas’, tal vez sí… “Como si llegaran a buen puerto mis ansias. / Como si hubiera donde hacerse fuerte. / Como si hubiera por fin destino para mis pasos. / Como si encontrara mi verdad primera. / Como traerse al hoy cada mañana. / Como un suspiro profundo y quedo. / Como un dolor de muelas aliviado. / Como lo imposible por fin hecho. / Como si alguien de veras me quisiera. / Como si al fin un buen poema me saliera… / Una oración”.
¿Es Sabina, en definitiva, un hombre religioso? Como exhala en ‘Medias negras’, lo es. A su estilo: “Y yo que nunca tuve / más religión que un cuerpo de mujer”.