“Dolorosamente, muchas personas, no solo los abusados o sus padres, sino los fieles en general, se preguntan si los líderes de la Iglesia entendemos esta realidad, especialmente cuando ven la poca atención que se presta a los niños maltratados, o incluso peor, cuando el abuso se encubre para proteger al agresor o a la institución”. Así de claro lo ha dicho el cardenal arzobispo de Chicago, Blase Cupich, en su intervención de hoy, 22 de febrero, en el Encuentro sobre ‘la protección de los menores en la Iglesia’, con su ponencia titulada ‘Sinodalidad: responsabilidad compartida’.
El cardenal, miembro del Comité Organizador, ha comenzado su alocución recalcando que “es esencial considerar el desafío que tenemos ante nosotros a la luz de la sinodalidad, principalmente porque tenemos que crear leyes y estructuras sólidas para la rendición de cuentas de los obispos”. Y es que “sinodalidad significa la participación de todos los bautizados en todos los niveles a través del discernimiento y una reforma que penetre en toda la Iglesia”.
El cardenal ha señalado los dos objetivos que debe perseguir la Iglesia hoy: “un incesante esfuerzo por erradicar el abuso sexual del clero y el rechazo de la cultura clerical que a menudo promueve ese abuso”.
Cuatro elementos para la reforma
Cupich propone cuatro elementos para la reforma de la Iglesia en lo que a la protección de los menores se refiere: escucha radical, impulso al laicado, colegialidad y acompañamiento. Y es que, a su juicio, “es necesaria una reforma interna de la Iglesia; cambiar las pautas no es suficiente”.
En primer lugar, la escucha radical “para entender la experiencia degradante de aquellos que han sido abusados sexualmente por miembros del clero”. Porque “la Iglesia, como una madre amorosa, debe abrirse continuamente a la terrible realidad de los niños cuyas heridas nunca podrán sanar. Una posición similar de escucha nos llama a dejar de lado la distancia institucional que nos impiden enfrentar la cruel destrucción de las vidas de niños y personas vulnerables que han sido abusadas”. Además, nuestra escucha debe ser activa, buscando a aquellos que han sido lastimados para tratar de ayudarlos”.
En segundo lugar, se refirió al impulso al laicado, ya que “cada miembro de la Iglesia tiene un papel esencial para ayudar a eliminar la horrible realidad del abuso sexual del clero. La verdadera sinodalidad en la Iglesia nos llama a considerar este amplio testimonio secular, poderoso y capaz de acelerar la misión por la cual hemos venido juntos desde todas las naciones, en busca de la seguridad de los hijos de Dios”.
El tercer punto se refiere a la colegialidad. “En lugar de operar de forma aislada, debemos comunicarnos unos con otros con un espíritu de confianza”, ha subrayado.
Finalmente, se ha detenido en el acompañamiento, que “implica un intento sincero de comprender la experiencia y el viaje espiritual del otro. Por lo tanto, las estructuras de presentación de informes, investigación y evaluación de las denuncias de abuso siempre deben elaborarse y evaluarse con un entendimiento de lo que experimentan los supervivientes cuando se acercan a la Iglesia y buscan justicia”. Asimismo, ha explicado que “la llamada de la Iglesia a acompañar a las víctimas requiere rechazar categóricamente el encubrimiento o el consejo de distanciarse de los supervivientes de abusos por razones legales y por temor al escándalo que bloquea el verdadero acompañamiento de quienes han sido víctimas”.
Continuando con el acompañamiento, ha agregado que “también requiere que se creen estructuras y disposiciones legales para establecer explícitamente el deber de proteger a los menores y las personas vulnerables, como primer y principal objetivo. Quizás lo más importante es que los obispos y los superiores religiosos rechacen una visión clerical del mundo que cree en la inmunidad para aquellos que están en el estado clerical”.