“Por muy grave que sea el abuso directo de niños y adultos vulnerables, el daño indirecto infligido por aquellos con responsabilidad directiva dentro de la Iglesia puede ser peor al revictimizar a aquellos que ya han sufrido abuso”. Así lo ha asegurado hoy, 22 de febrero, el cardenal arzobispo de Bombay, Oswald Gracias, cuarto relator del Encuentro sobre ‘la protección de los menores en la Iglesia’ –comenzó ayer y concluirá el próximo día 24–, con su ponencia titulada ‘La obligación de rendir cuentas en una Iglesia colegial y sinodal’, en la que ha recalcado la importancia de volver a las enseñanzas del Concilio Vaticano II.
En el mismo sentido, el purpurado ha destacado que “el daño indirecto del abuso a menudo resulta de una respuesta institucional fallida o inadecuada al abuso sexual”. Y “este tipo de respuesta indirecta y perjudicial podría incluir: no escuchar a las víctimas ni tomar en serio sus reclamaciones, no ampliar la atención y el apoyo a las víctimas y sus familias, dar prioridad a la protección de los asuntos institucionales y financieros (por ejemplo, “ocultando” los abusos y a los abusadores) por encima de la atención a las víctimas, no retirar a los abusadores de situaciones que les permitirían abusar de otras víctimas, y no ofrecer programas de formación y detección para los que trabajan con niños y adultos vulnerables”, ha señalado.
Asimismo, Gracias ha dado tres claves para afrontar la crisis de los abusos: justicia, sanación y peregrinación. “Hay que restablecer la justicia a quienes han sido violados”, ha afirmado con rotundidad. Y ha recordado que “el abuso sexual de menores y otras personas vulnerables no solo viola la ley divina y eclesiástica, sino que también es un comportamiento criminal público. La Iglesia no vive solo en un mundo aislado creado por ella. La Iglesia vive en el mundo y con el mundo. Aquellos que son culpables de un comportamiento criminal, en justicia tienen la obligación de rendir cuentas ante las autoridades civiles por dicho comportamiento”.
Por otro lado, respecto a la sanación, ha remarcado que “ignorar o minimizar lo que las víctimas han experimentado solo exacerba su dolor y retrasa su sanación”. En cuanto a la peregrinación, ha indicado que “ser el pueblo peregrino de Dios significa que somos una comunidad llamada al continuo arrepentimiento y al continuo discernimiento. Debemos arrepentirnos porque hemos fracasado en el camino”.
En palabras suyas, “la incapacidad de abordar el abuso sexual en la Iglesia de una manera abierta, efectiva y rindiendo cuentas ha causado una crisis multifacética que nos ha herido a todos”. Porque, “aunque la experiencia del abuso parece estar dramáticamente presente en ciertas partes del mundo, no es un fenómeno limitado”. Por eso, “toda la Iglesia debe mirar con honestidad, hacer un discernimiento riguroso y actuar con decisión para evitar que se produzcan abusos en el futuro y hacer todo lo posible para fomentar la curación de las víctimas”.
El cardenal ha recalcado que en este camino debe contarse con los laicos. Y ha instado a todos a preguntarse: ¿Estamos solo tomando medidas de coartada para una Iglesia sinodal y, en realidad, queremos permanecer entre nosotros como obispos en ‘nuestras’ reuniones, ‘nuestras’ comisiones, ‘nuestras’ conferencias, en las que los no consagrados solo juegan un papel insignificante?”. Y es que “ningún obispo debería decirse a sí mismo: ‘Me enfrento a estos problemas y desafíos solo’. Ningún obispo puede decirse: ‘Este problema no me concierne, porque no hay abusos en mi Iglesia particular’, porque juntos tenemos la responsabilidad y la obligación de rendir cuentas”.
Por otro lado, el cardenal ha remarcado que “los abusos cometidos por clérigos y otras personas que sirven a la Iglesia (catequistas, maestros…) derivan en daños incalculables”: físicos, psicológicos –”relacionando con una profunda traición a la confianza”– y espiritual, pues “remece la fe y perturba severamente el itinerario espiritual de aquellos que sufren abuso”.
Antes de acabar, ha lanzado una pregunta al aire: “¿Realmente entablamos una conversación abierta y señalamos honestamente a nuestros hermanos obispos o sacerdotes cuando notamos un comportamiento problemático en ellos?”.