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Fabiana Rosales, esposa del presidente Guaidó: “Los venezolanos volvemos a creer”





Fabiana Rosales tiene 26 años y, prácticamente de un día para otro, ha tenido que reconocerse frente al espejo como primera dama de Venezuela. A ella no le acaba de convencer el título. “Me viene muy grande”, deja caer. La mujer de Juan Guaidó solo asume este rol desde el servicio a su país. De hecho, ha convertido sus perfiles en redes sociales en una bocanada de aire fresco con miles de seguidores desde que el 23 de enero se proclamara presidente “encargado” de Venezuela. Ella siempre quiso ser periodista. Como su madre. En su tesis de grado estudió el comportamiento del voto en Venezuela entre 1958 y 2013.  Ya en la facultad de comunicación, decidió comprometerse con Voluntad Popular cuando tan solo era un movimiento civil y no el partido llamado a liderar la oposición frente a Maduro.

En octubre de 2011, en un encuentro con jóvenes del partido, se cruzó con un compañero algo delgado y tímido. Pero un almuerzo con unas arepas de por medio animaron a aquel chico. Hasta hoy. Se casaron en 2013 y, en mayo de 2017, nació su hija, Miranda Eugenia, en plena primavera venezolana. Entre los fallecidos, torturados y exiliados en aquellas protestas se encontraban amigos de la pareja. Aquello supuso un antes y un después para que la familia Guaidó Rosales diera un paso al frente en la historia. El que ha llevado a su marido a ser el presidente interino de Venezuela. Hoy no tienen miedo ni a ser detenidos ni expulsados del país. Fabiana lo expresa a Vida Nueva con la misma serenidad con la que, desde que era una niña, pone su destino en manos de Dios.

PREGUNTA.- Hasta hace unas semanas usted era una desconocida para la opinión pública internacional. Sin embargo, se ha convertido en un respaldo fundamental para su esposo, Juan Guaidó. ¿Podemos afirmar que se trata de un liderazgo en familia?

RESPUESTA.- Nosotros somos una familia unida. Sus logros son los míos y sus fracasos son los míos. Hemos compartido todo siempre. Los episodios más duros los hemos asumido juntos y los momentos más felices también los hemos vivido juntos. Todo lo que se ve es fruto de una relación que se mantiene y se vive en el día a día. Celebramos las victorias juntos y lloramos las derrotas juntos.

P.- Cuando echa la vista atrás y ve a esa Fabiana universitaria, ¿le da vértigo, la asusta?

R.- He aprendido que los caminos de Dios son impredecibles, pero a la vez, perfectos. Dios te pone en diferentes situaciones con algún motivo, para que te ayuden a entender cómo es la vida y te ayuden a que poco a poco te vayas dando cuenta de cuál es tu misión en la tierra. Me he dado cuenta de que durante todos estos años me ha estado preparando para este momento. Lo asumo con la responsabilidad, con la entereza y con el compromiso de la coyuntura histórica que vive Venezuela. Me he llenado mucho de fe y todos los días le pido a Dios que me ayude a llevar esta etapa, para que sea mi guía y me dé fortaleza para salir adelante. Hoy es un clamor de los venezolanos, todos queremos lo mismo.

P.- ¿Y qué le diría hoy esa Fabiana emprendedora y que destila valentía en las palabras que pronuncia a aquella niña que nació en Mérida?

R.- Le diría que persiga siempre sus sueños, que buscar esos sueños en el interior de uno mismo es hacer lo correcto. Dentro de uno, y apegado a Dios, están las respuestas del corazón que buscas en la vida. A esa niña le digo hoy que todo se puede lograr, que siga por su camino de fe inculcado en la familia, desde casa.

P.- El pasado 10 de febrero convocó un rosario mundial para rezar por Venezuela con un eco sin precedentes. ¿Sintió la oración de tantos miles de personas alrededor del planeta?

R.- Para mí, rezar el rosario es apagar tinieblas. Tanto el rosario como la eucaristía son muy poderosos. Vivirlo con fe y en comunidad es aún más fuerte. Yo rezo el rosario todo el tiempo por mi familia y por mi país. Algo tan rápido que apenas rezas en unos quince minutos, sin embargo puede lograr tantas cosas… Aquel día, de forma simultánea, pudimos conectarnos a través de la oración con miles de personas para pedir por tantos venezolanos que lo están pasando mal y por su libertad, para que Dios nos proteja a todos.

P.- Con lo que me cuenta, veo que siente la presencia de Dios ante la “travesía por el desierto” que de alguna manera están viviendo…

R.- Dios hace las cosas correctas. Sería una desagradecida si no valorara ni diera gracias a Dios por lo que estamos pasando y por todos los que han vuelto a recuperar la esperanza…

P.- ¿No ha sentido la tentación de enfadarse con Dios o de exigirle que toda esta transición fuera más rápida?

R.- Soy humana y los humanos siempre acabamos cuestionándonos. Pido mucho para que me dé la sabiduría, la paciencia y el entendimiento para comprender que sus caminos y sus tiempos son perfectos.

P.- ¿Cómo valora el papel de la Iglesia en este tiempo? ¿Ha visto en los obispos a esos “pastores con olor a oveja” que pide el papa Francisco?

R.- La Iglesia ha respaldado la lucha de los venezolanos incondicionalmente. Hoy quiero agradecer a los sacerdotes y obispos que se han arriesgado por este país, por ser la voz de los venezolanos y por tenernos constantemente en sus oraciones. Ellos han sido capaces de predicar la Palabra de Dios con esperanza y contagiando de fortaleza a todos los venezolanos.

P.- ¿Y al papa Francisco? ¿Cómo lo ve?

R.- Dios pone a las personas indicadas en el camino adecuado para que cumplan la misión que les es encomendada. Y ese para mí es el papa Francisco.

P.- Experta en comunicación, se ha convertido en una ‘influencer’ en las redes sociales. Precisamente en su perfil de Instagram leo: “¡Juntos vamos a sonreír en Venezuela!”. ¿Cómo se puede conseguir esbozar una sonrisa en medio de la carestía?

R.- Durante estos veinte años, en Venezuela solo gobernó el odio, el rencor y la sed de venganza. Incluso nos convencieron de que sonreír era malo, de que ser felices era malo. Nos habían robado la felicidad, y sonreír en una dictadura es un acto de rebeldía. Hoy los venezolanos volvemos a sonreír, a creer en nosotros mismos, volvemos a creer que algo bueno va a pasar y ya está pasando, que podemos lograr grandes cosas si estamos unidos. Sonreír es la clave para todo. Porque uno viene a este mundo a ser feliz, no a pasar calamidades. Todos los días me levanto de la cama y lo primero que hago es sonreírle a la vida, darle gracias a Dios, abrazar a mi hija y sonreír.

P.- ¿De verdad que no se ha visto nunca tentada de perder la esperanza?

R.- No. Realmente, no. Nunca. Y ahí es donde entra en juego la fe. Creo en Dios. Perder la esperanza y la fe supondría vivir al margen de Dios. Vivo apegada a mi fe y no me separo de ella por nada del mundo.

P.- Como especialista en Derechos Humanos dentro de la Asamblea Nacional, ¿qué siente cuando ve las denuncias de Cáritas sobre la hambruna infantil extrema en Venezuela?

R.- Hoy muchos niños están pasando hambre y necesidad en Venezuela. Hoy los niños mueren por falta de comida. Mueren por vómitos y diarrea, algo tan normal en la etapa primaria, pero que con alimentos básicos se supera. Sin embargo, están deshidratados y desnutridos, no pueden acceder a las vacunas… El reto más grande hoy por hoy es devolverles la sanidad gratuita a todos los niños de Venezuela y dotarles de una alimentación digna.

P.- No parece que sea fácil, más aún teniendo en cuenta el freno a la entrada de ayuda humanitaria del exterior. ¿Cómo está viviendo este tiempo de incertidumbre?

R.- La ayuda humanitaria va a entrar en Venezuela sí o sí. No tenemos otro sentimiento que no sea el de hacer lo imposible por salvar vidas. Hoy por hoy, hay 300.000 venezolanos que están en riesgo de muerte y esas 300.000 vidas no pueden esperar ni un día más por el capricho de unos pocos. Hoy la meta de todos los venezolanos es salvar las vidas. Vamos a buscar la ayuda humanitaria y vamos a traerla.

P.- Por último, como periodista, ¿con qué titular sueña para su país?

R.- Venezuela recobró la sonrisa para no perderla jamás.

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