La Iglesia se compromete a llevar a cabo una “conversión copernicana” en la Iglesia para acabar con los abusos sexuales. Fue esta la premisa fundamental sobre la que se sustentó la hoja de ruta que el presidente de la Conferencia Episcopal de Australia, Mark Coleridge, presentó en la eucaristía conclusiva de la cumbre antiabusos en la que han participado 190 líderes católicos de todo el planeta durante cuatro días.
Aunque el Papa Francisco presidió la misa en la Sala Regia de los Palacios Apostólicos, fue el también arzobispo de Brisbane el responsable de exponer la homilía a la asamblea. Así, expuso “la revolución copernicana es el descubrimiento de que aquellos que han sido abusados no giran en torno a la Iglesia, sino la Iglesia alrededor de ellos. Al descubrir esto, podemos empezar a ver con sus ojos y a oír con sus oídos”.
Para Coleridge, hay que pasar a la acción, pero no desde la “mera administración”, porque quedarse ahí “deja intacto el corazón de la crisis del abuso”. “Al escuchar a los sobrevivientes, hemos escuchado a Cristo clamando en la oscuridad”, admitió.
Proteger la reputación
El prelado criticó desde el ambón que la Iglesia haya confundido “quién es el enemigo”. “A veces, sin embargo, hemos visto a las víctimas y a los supervivientes como el enemigo, pero no los hemos amado, no los hemos bendecido. En ese sentido, hemos sido nuestro peor enemigo”, sentenció, a la vez que lamentó que “a veces hemos preferido la indiferencia del hombre de la tierra y el deseo de proteger la reputación de la Iglesia e incluso la nuestra. Hemos mostrado muy poca misericordia, y por lo tanto recibiremos la misma, porque la medida que demos será la medida que recibamos a cambio”.
El “mea culpa” de Coleridge le llevó a asegurar que “no quedaremos impunes, como dice David, y ya hemos conocido el castigo”. “Sólo esta conversión nos permitirá ver que las heridas de los que han sido maltratados son nuestras heridas, que su destino es el nuestro, que no son nuestros enemigos, sino hueso de nuestros huesos, carne de nuestra carne”, explicó, para señalar a continuación: “Ellos son nosotros, y nosotros somos ellos”.
Acciones concretas y reales
A partir de ahí, planteó cuál debe ser la hoja de ruta eclesial para acabar con la pederastia, “una misión que exige no sólo palabras, sino acciones concretas y reales”:
- “Haremos todo lo posible para hacer justicia y sanar a los sobrevivientes de abusos”
- “Los escucharemos, les creeremos y caminaremos con ellos”
- “Nos aseguraremos de que los que han abusado nunca más puedan ofender”
- “Pediremos cuentas a los que han ocultado abusos”
- “Fortaleceremos los procesos de reclutamiento y formación de líderes de la Iglesia”
- “Educaremos a todo nuestro pueblo en lo que la protección requiere”
- “Haremos todo lo posible para que los horrores del pasado no se repitan y que la Iglesia sea un lugar seguro para todos, una madre amorosa especialmente para los jóvenes y los vulnerables”
- “No actuaremos solos, sino que trabajaremos con todos los interesados por el bien de los jóvenes y los vulnerables”
- “Seguiremos profundizando nuestra comprensión del abuso y sus efectos, de por qué ha ocurrido en la Iglesia y de lo que se debe hacer para erradicarlo”