“La excesiva interiorización de la experiencia espiritual y el distanciamiento del cuerpo y del mundo siguen siendo, en gran medida, características destacadas de la espiritualidad que hoy se practica”. Con estas palabras ha comenzado su ponencia José Tolentino de Mendoça, arzobispo bibliotecario de la Santa Sede, con motivo del 75º aniversario de la revista Vida Religiosa, que se celebra este fin de semana en Madrid.
Así, el pastor portugués ha explicado a los más de 370 consagrados presentes que “lo espiritual suele considerarse superior a lo corporal”, en un sentido de que lo espiritual suele ser denominado como “complejo y profundo”, mientras que lo corporal “es frívolo”. Sin embargo, ha señalado que “en el núcleo de la narración bíblica no encontramos las oposiciones tan frecuentes que se dieron después entre cuerpo y espíritu”.
“Dios es un Dios de vivos, no de muertos”, ha dicho. Por eso, “la concepción bíblica se aleja de las visiones demasiado espiritualistas” basadas en el “platonismo y sus réplicas tan extendidas” parecen obviar que “Dios creó al hombre a su imagen y semejanza”.
Así, “en el arte paleocristiano encontramos muy frecuentemente la representación de hombres y mujeres en oración, donde sus posturas nos hacen pensar en la importancia del cuerpo y su postura”, de tal manera que “son nuestros cuerpos los que rezan, no solo nuestros pensamientos”. “La oración ocupa cada uno de nuestros cinco sentidos”, apostilló.
“Dios es cómplice de nuestra afectividad”
“En nuestro cuerpo vivimos, nos movemos y existimos” y, por ello, “como recuerda san Pablo, si amamos a Dios, abrazamos el mundo y la vida en su totalidad”. En este sentido, “la mística es una declaración de amor a la vida, y el místico es el que vive abierto a la amplia extensión de la realidad y comprometido con el dolor del mundo”.
Durante su intervención, Tolentino ha apuntado la importancia de considerar la vida como hace Pablo en la Carta a Tito: “Tomar más en serio nuestra humanidad, como narrativa de Dios que vive en este mundo”, y ha puesto de manifiesto la necesidad de crear “una nueva gramática que reconcilie lo que somos y aquello en lo que nos hemos convertido, con nuestra fe”.
“Dios es cómplice de nuestra afectividad, es omnipotente y frágil, sobrenatural y sensible”, ha dicho, interpelando a los consagrados a preguntarse si “no habrá llegado el momento” de “cuidar nuestros sentidos” y “comprender mejor lo que une sentidos y sentido”. “Los sentidos de nuestro cuerpo nos abren a la experiencia de Dios en este mundo”, ha subrayado, “pero nos falta educación de los sentidos, que nos ayuden a verlos desde una perspectiva espiritual”.
El valor de cada sentido
Tolentino ha desgranado, uno por uno, la singularidad de los sentidos, haciendo a los presentes partícipes de su importancia. “Necesitamos volver al tacto”, ha apuntado, ya que “la piel cubre nuestro cuerpo, separa y une, al mismo tiempo, el mundo exterior y el interior”, y “permite que no nos limitemos a toparnos los unos a los otros, sino que nos encontremos”.
“Necesitamos también volver al gusto”, ya que la capacidad gustativa es realmente indispensable para “apreciar, no solo con la mente la realidad del mundo y de lo que somos”. El olfato, por su parte “es una vía inmensa de conocimiento” que “os despierta para un contacto fusional con el mundo”. Como ejemplo de ello ha puesto a los bebés, que, “al acabar la primera semana de vida, reconocen a su madre por el olor, y años más tarde, las madres añoran el aroma de sus hijos”.
Y ha añadido la célebre frase de Francisco de que los pastores deben vivir impregnados del olor del rebaño. “Todos supimos lo que quería decir, aunque no lo hagamos”, ha apostillado. Por eso, “el gran peligro de la vida consagrada es convertirse en una vida aséptica, sin olor, sin rasgos, y sin capacidad de generar recuerdos”.
“Gramática de Dios”
“Vivimos rodeados de sonidos”, ya que “con nuestros oídos escuchamos los rumores del mundo exterior, ya sean los ruidos, las voces o la música que nos consuela”. Pero la “escucha desinteresada del otro no es solo con los oídos, sino también con el corazón”.
Por su parte, “la vista convierte al mundo en una ventana, aunque comprendamos que existen otras dimensiones de la mirada”. Así, “solo cuando nos miramos y nos dejamos impresionar por el otro, amamos a las personas por sí mismas”. Por todo ello, Tolentino ha hecho un llamamiento a la vida religiosa: “Los consagrados necesitamos mirar de nuevo el cuerpo que somos, la profecía de un amor incondicional, porque somos, en nuestro cuerpo, gramática de Dios”.