Arriesgar, asumir e integrar. Esos fueron los tres verbos que el jesuita José María Rodríguez Olaizola propuso hoy para la Vida Consagrada durante su intervención, en la mañana de este sábado 2 de marzo, en el simposio organizado este fin de semana en Madrid con motivo del 75º aniversario de la revista Vida Religiosa, que editan los claretianos.
“Arriesgar –comenzó–, para estar dispuestos a acoger, a abrirse a la diferencia, en un mundo furibundo como este; asumir, que tiene que ver con aceptar, no con resignarse o rendirse, sino con aceptar los retos del presente como oportunidad, no evadirse, que es lo contrario de asumir, porque no es tiempo ni para la evasión ni el escaqueo, sino para aceptar la misión que se nos plantea hoy, que es poner un punto de referencia en un mundo carente de raíces; e integrar, que habla de la convivencia de las distintas maneras de entender y hacer las cosas, que no tiene que ver con ver quién vence en esta época de cambios, sino con tener la capacidad para crear espacios de integración y para convocar a distintas sensibilidades y que esa convivencia sea fecunda, se trata de una pluralidad tan necesaria en la Iglesia”, señaló el autor de ‘Bailar con la soledad’ (Sal Terrae).
A continuación, el también consejero delegado del Grupo de Comunicación Loyola desglosó ante las más de 300 religiosas y religiosos que asistían al acto algunos de “los elementos de novedad en donde la Vida Consagrada ya tenemos una palabra que compartir, que no imponer”, y comenzó por el tema de la mujer en la Iglesia.
“Nuestro mundo esta diciendo que ya es hora de reconocer la igual dignidad de la mujer, pero cuando eclesialmente se dice esto, hay varios tipos de objeciones, entre ellas, las de quienes lo reducen todo al tema del ministerio, cuando desde la teología hay quien piensa que hay que seguir buscando argumentos para fundamentar el papel de la mujer en la Iglesia”, afirmó el religioso, por lo que, al igual que está sucediendo en estos momentos en la sociedad, donde se está produciendo un debate, también en la Iglesia “necesitamos dialogar”, pues “el papel de la mujer hoy en ella es muy limitado”.
Al abordar la cuestión de la vida en comunidad, “parte esencial de la vivencia consagrada”, sostuvo que ese es hoy un elemento “radicalmente transgresor en nuestro mundo y me encentro con mucha gente que me habla de la necesidad de pertenencia, y eso lo tenemos ya nosotros en nuestra vida”.
Eso sí, la cuestión, se preguntó el escritor y conferenciante, es si “reducimos la vida comunitaria al modelo de siempre, a sus horarios y rutina, cuando hoy conviven distintos ritmos, vidas más apostólicas pero en un contexto vertiginoso, en donde una vida demasiado pautada no se puede vivir”. “El tema –continuó– no es ver qué horario es bueno, sino saber si tenemos esa pertenencia también afectiva, la de querer y sabernos queridos, porque la gente quiere sentir, y nosotros hemos tenido miedo al afecto”.
Otro elemento que, subrayó, hoy puede ofrecer la Vida Consagrada a la sociedad es es “el de mestizaje cultural, porque hoy somos un exponente de una vida y un mundo global, con una mirada menos eurocéntrica”, aunque criticó “la tentación de traer gente de otras latitudes, pero para reproducir los mismos esquemas y miradas”.
“Esto no se puede hacer, no es el camino, pero si aprendemos de esta experiencia, vemos nuestra enorme pluralidad de gente de distintos contextos y problemáticas que puede compartir en la Vida Consagrada y eso es un potencial y una oportunidad enorme”, señaló.
Yendo un paso más allá, se refirió Olaizaola a la experiencia congregacional que está despuntado, y se preguntó si era algo posible. “Se van dando pasos y experiencias de compartir carisma. Probablemente haya cosas que salgan mal, pero si tenemos una mentalidad conservadora de poner siempre las pegas por encima de las posibilidades, estamos perdidos, Hay que echarse adelante con los cambios, arriesgar un poco, porque como decía el P. Arrupe, el miedo peor es el miedo a no hacer nada por la posibilidad de equivocarnos”.
“Lo mismo cabe decir de la misión compartida, donde estamos aprendiendo mucho, quizás llevados por la necesidad, pero en esa misión hay mucho que aprender sobre nuestra manera de estar en ella, y hay mucho que hacer también ahí”, reflexionó el jesuita.
Olaizola recordó que hoy ya no existe aquella inercia sociológica que conducía a la vida consagrada, “como en las épocas centrales del siglo XX, y no se prevé que aquello vuelva, porque el mundo ha cambiado. Aquellas eran vocaciones reales, pero hoy lo normal es no creer, por eso hay una dimensión profética muy fuerte de decir que nosotros creemos, es un relato que hay que contar, que tenemos fe, porque hay gente que está desesperada por creer”.
Por ello, insistió en “la necesidad de crear un nuevo relato, porque para muchos, muchas de nuestras palabras están gastadas, no significan nada, y tenemos que preguntarnos si debemos encontrar otra manera de contar la Palabra, como por ejemplo en la cuestión de los votos, que es algo que mucha gente no lo entiende, les sorprende, lo de pobreza, castidad y obediencia, en el mundo del poliamor, no lo entienden”.
“¡Qué pena que no encontremos una manera más valiente para hablar de nuestros votos!”, se lamentó, para acto seguido preguntarse: “¿Y si un día, en vez de hablar de estos votos de pobreza, castidad y obediencia, lo hiciéramos de libertad, amor, y misión compartida, que es lo mismo?”.
“Lo que tenemos que hacer es ver cómo traducimos el Evangelio a la gente de hoy, sedienta de Dios, porque en un mundo donde lo raro es consagrar la vida y vincularse a Dios, se vuelve a oír la misma voz que atraviesa el tiempo y dice ‘no tengáis miedo. Y no debemos tener miedo ni al pasado ni al presente, ni al futuro, porque creemos que el Espíritu de Dios seguirá alentando y suscitando y esa convicción es nuestra única y necesaria esperanza”, concluyó entre un aplauso atronador.
Antes que Olaizola había intervenido José Cristo Rey García Paredes, quien, al hablar sobre cómo seguir a Jesús en un cambio de época, señaló que “frecuentemente, el elemento más destructivo de una comunidad es constatar que hay alguien que quiere construir la comunidad”, por lo que invitó a “reforzar la importancia de la liturgia, porque en ella no cuentan nuestras ideas morales o tendencias sexuales, no hay casados ni célibes, ricos o pobres, sino lo que interesa en ella es sentirse Pueblo de Dios, en donde todos somos iguales y estamos revestidos de la misma dignidad”.
El religioso claretiano subrayó que “estos actos rituales podrían crean una nueva humanidad y una buena comunidad, porque la fe sigue haciendo milagros”, y animó a los congregados a afrontar el “gran desafío” que hoy tiene la Vida Consagrada, que no es otro que “dar un enérgico impulso a la pasión por Dios y al futuro que Dios nos quiere ofrecer en una cultura que cree que Dios no es necesario”.