Santiago Calatrava (Benimàmet, 1951) dibujó hace años una Virgen de bulto redondo y sedente con el Niño Jesús sentado en su regazo, siguiendo el modelo románico. El rostro de la Virgen aparece pintado por un trazo en forma de Cruz que anticipa la Pasión de Cristo. El rostro del Niño Dios –y he ahí su peculiaridad– es la representación de una nave de una iglesia distribuida en una planta central con esa misma Cruz de Cristo como eje. La acuarela –uno de los estudios que realizó para el templo ortodoxo griego de San Nicolás, en plena Zona Cero de Nueva York– resume la concepción religiosa de Calatrava: el rostro de Cristo como modelo arquitectónico ideal y, también, evidentemente espiritual. Y explica, entre otras razones, la fascinación del Vaticano por el célebre ingeniero, arquitecto y escultor valenciano.
“Hemos visto que el trabajo de Calatrava no se limita a la arquitectura, sino a ámbitos también muy complejos. Esto ha entusiasmado al Vaticano, que en los últimos años se está preocupando de hablar con los artistas de un modo más directo, abriéndose a la fotografía, el vídeo, y géneros artísticos que hasta ahora no habían entrado en el diálogo con la cultura y la tradición de los Museos Vaticanos”, explicó Micol Forti, responsable de Arte Contemporáneo de los Museos Vaticanos, durante la inauguración de la gran exposición que el Consejo Pontificio de la Cultura le dedicó en la Navidad de 2012.
Aquella amplia y exhaustiva exposición que concibió Forti bajo la columnata de la plaza de San Pedro era, en cierta manera, la bienvenida que le daba la Santa Sede a Calatrava, a quien Benedicto XVI, un año antes, en diciembre de 2011, había designado consultor del Consejo Pontificio de la Cultura. Ahora, casi ocho años después, el papa Francisco reafirma el deslumbramiento del Vaticano por el famoso arquitecto español al nombrarle miembro “virtuoso” de la Pontificia e Insigne Academia de Bellas Artes y Letras.
Calatrava representa para el Vaticano la cultura contemporánea, con sus acuarelas y sus esculturas en bronce, alabastro, mármol, madera, con las que proyecta sus visionarios edificios de luz, vacío, gravedad y armonía. Y sus puentes, por supuesto, que el cardenal Gianfranco Ravasi, presidente del Consejo Pontificio de la Cultura, definió usando una cita de ‘El puente sobre el río Drina’, la famosa novela de Ivo Andric: “Los puentes son las alas de los ángeles a los que Dios ha pedido que unan las montañas y las vías fluviales para que los hombres puedan comunicarse”.
Calatrava también ha creado una propuesta para la catedral de Los Ángeles –fue Rafael Moneo quien, al final, ganó el concurso– a partir de la arquitectura de la colonia franciscana de fray Junípero Serra. Tiene un cuaderno entero dedicado a la arquitectura –y la historia– del misionero mallorquín enviado a Baja California en 1767, y un proyecto de capilla inspirado en el franciscano: inmersa en el espacio, el agua y el aire, en el que sus muros se abren hacia afuera, elevándose como las ramas de un árbol, renunciando a cualquier límite físico entre el espacio sagrado y el colectivo. “El diseño que ha hecho Calatrava no es de un espacio cerrado, sino como un espacio que se puede abrir y convertirse en una plaza. Se puede decir que da dos versiones del espacio sacro. No solo como un espacio cerrado, sino también como un lugar en donde las personas se reúnen. El lugar sagrado es espacio para todos”, resaltó Micol Forti.