De vez en cuando, el papa Francisco, como obispo de Roma visita algunas de las parroquias de la diócesis. En su selección han destacado siempre las parroquias de la periferia de la Ciudad Eterna. La última no ha sido una excepción. Francisco pasó la tarde de este domingo en la parroquia de San Crispín de Viterbo en Labaro, al norte de la ciudad. La comunidad fue constituida en 1973 y el templo en el que Francisco celebró la misa se consagró en 1990. Hace 36 años Juan Pablo II visitó esta misma parroquia.
Compañeros de camino
A su llegada el Papa se reunió con los padres de los niños que han recibido o recibirán el bautismo este año. Tras la presentación del párroco, Luciano Cacciamani, Francisco recordó que el sacramento es el “primer paso en el camino de la vida cristiana” y que esta vía sigue a pesar de las dificultades de crecimiento físico, humano, psicológico y espiritual. Les pidió que transmitieran “sabiduría” a sus hijos, acompañándolos “para que se sientan siempre seguros”.
Tras bendecir a este grupo, Francisco conversó con un grupos de niños y jóvenes de la parroquia. Los pequeños cantaron para el Papa y le presentaron las actividades de la parroquia. Francisco les habló del mal y bromeó preguntándoles si todavía existía el diablo o era “un cuento de las viejas”. Frente a las seducciones del pecado, el pontífice ensalzó las actitudes de Jesús en el evangelio como son la verdad o restableciendo la justicia a pesar de los errores de cada uno.
Bergoglio también saludó a una treintena de personas sin hogar atendidas por el grupo de Caritas y la Comunidad de Sant’Egidio. También saludó a los sacerdotes que atiende la parroquia y confesó a 5 fieles.
Poder destructivo de los cotilleros
Ya en la celebración de la eucaristía, Francisco, a partir del evangelio del día, volvió a repetir una de sus convicciones al afirmar que un “cotilleo tiene el poder destructivo de una bomba atómica”. “Las guerras comienzan con el lenguaje. Es como una bomba atómica. Antes de decirle a los demás, tómate un espejo y mírate”, señaló.
Para Francisco “todos tenemos defectos”, pero “estamos acostumbrados un poco por la gravedad del egoísmo a mirar solo las faltas de los demás. Inmediatamente encontramos las faltas de los demás y hablamos de ello. Hablar de los demás parece dulce, nos gusta. Es una cosa mala”. “Somos especialistas para encontrar la culpa de los demás”, sentenció insistiendo en la hipocresía que condena Jesús.
Frente al doble rasero con el que medir a los demás, Francisco propuso “dos medicamentos: el primer remedio es rezar y el segundo morderse la lengua”.