El Vaticano ha hecho público el Mensaje del papa Francisco para la Jornada Mundial de las vocaciones 2019. Un texto firmado el 31 de enero, fiesta de san Juan Bosco, que recoge algunas de las intuiciones manifestadas en el Sínodo de los Jóvenes y en la Jornada Mundial de la Juventud de Panamá. La reflexión se encuadra dentro de la jornada eclesial de oración por las vocaciones que este año llega a su edición número 56 y que se celebrará el 12 de mayo, coincidiendo siempre con el IV Domingo de Cuaresma en el que en la eucaristía se lee el evangelio del Buen Pastor.
Con el título de “La valentía de arriesgar por la promesa de Dios”, el pontífice reflexiona sobre “sobre cómo la llamada del Señor nos hace portadores de una promesa y, al mismo tiempo, nos pide la valentía de arriesgarnos con él y por él” a partir del relato bíblico de la vocación de Simón y Andrés junto a Santiago y Juan (Mc 1,16-20).
Como los pescadores, Francisco constata que en la vida hay momentos fructíferos y otros más frustrantes. A pesar de ello, en la llamada de Jesús “experimentamos la sorpresa de un encuentro y, en aquel momento, percibimos la promesa de una alegría capaz de llenar nuestras vidas”. “La llamada del Señor, por tanto, no es una intromisión de Dios en nuestra libertad; no es una “jaula” o un peso que se nos carga encima. Por el contrario, es la iniciativa amorosa con la que Dios viene a nuestro encuentro y nos invita a entrar en un gran proyecto, del que quiere que participemos, mostrándonos en el horizonte un mar más amplio y una pesca sobreabundante” subraya el Papa.
Vivir a lo grande
Frente a la resignación, Bergoglio recuerda que Dios “quiere que descubramos que cada uno de nosotros está llamado –de diferentes maneras–, a algo grande, y que la vida no debe quedar atrapada en las redes de lo absurdo y de lo que anestesia el corazón”. Algo que “requiere el valor de arriesgarse a decidir” y “correr el riesgo de enfrentarnos a un desafío desconocido”.
Estas elecciones, para Francisco, marcan toda la vida del cristiano, desde su Bautismo –amando a la Iglesia incluso “cuando descubramos en su rostro las arrugas de la fragilidad y del pecado”– al matrimonio o todas aquellas profesiones “que nos hacen portadores de una promesa de bien, de amor y de justicia no solo para nosotros, sino también para los ambientes sociales y culturales en los que vivimos, y que necesitan cristianos valientes y testigos auténticos del Reino de Dios”.
Sobre la vocación al sacerdocio y la vida consagrada, Francisco resalta que “esta elección implica el riesgo de dejar todo para seguir al Señor y consagrarse completamente a él, para convertirse en colaboradores de su obra”. Por ello invita a vencer resistencias y cansancio porque “no hay mayor gozo que arriesgar la vida por el Señor”. Por eso interpela a los jóvenes: “No seáis sordos a la llamada del Señor. No os dejéis contagiar por el miedo, que nos paraliza ante las altas cumbres que el Señor nos propone”. Para ello, pide a toda la Iglesia, estar disponible para la escucha y el discernimiento.