Juan García Jiménez, más conocido como Mondeño, fue un personaje muy popular en la España de los años 60. La mayoría le recuerda con el traje de luces, destilando ante los aficionados un estilo de torear que muchos definieron como “místico”, pues se pasaba los pitones tan cerca de su cuerpo que helaba la sangre y, siempre, manteniendo un rictus hierático.
Tras unos prometedores comienzos como novillero (no exentos de graves lesiones, como la que le dejó cojo y le obligaba a torear con una prótesis oculta), llegó el día de la ansiada alternativa. Fue el 29 de marzo de 1959, en La Maestranza de Sevilla, enfrentándose con el toro ‘Cañamazo’, de Moreno Guerra. Esa tarde compartió cartel con dos figuras como Antonio Ordóñez y Manolo Vázquez. Un año después, el 17 de mayo de 1960, la confirmaría en el coso madrileño de Las Ventas.
Hasta aquí, puede parecer que se narra una historia más de un torero más. Pero todo cambió solo cuatro años después, en 1964, cuando Mondeño sorprendió al país entero al anunciar que dejaba su profesión y daba paso a lo que sentía como una vocación: la de la vida religiosa. Así, ese 30 de agosto ingresó en el noviciado dominico de Caleruega, en Burgos, cuna de santo Domingo de Guzmán. Su experiencia no duraría mucho, eso sí. Al año siguiente, abandonaría la comunidad y, tras colgar los hábitos, volvería a enfundarse el traje de luces.
Aunque nunca explicó las razones de su salida, es muy probable que se le hicieran cuesta arriba los cinco cursos que debía dedicar a formarse en teología y filosofía. De familia humilde, entró por primera vez en la escuela a los 13 años, no estando especialmente dotado para los estudios. Según varias personas que le trataron entonces, aunque él sentía un fuerte anhelo espiritual y un ansia de silencio y retiro del mundo, el tener que estudiar a un nivel superior le condicionó hasta ese punto.
Se retiró de los toros en 1970, viviendo primero en México y, en las últimas décadas, en París, teniendo ahora mismo 85 años. Aunque apenas ha concedido entrevistas, resulta de especial interés una con el ‘Diario de Sevilla’, en 2009, en la que recupera algunos de esos momentos vitales. Sobre su intento como dominico, admite que, “desde niño, quería haber sido misionero”. Educado en una escuela de La Salle, cuenta que “allí aprendí valores cristianos”. Eso sí, entonces algo (o, mejor, alguien) se impuso entre ella y su vocación: “Tenía sentimientos profundos para ser sacerdote, aunque mi abuela paterna, la Pepa, que era más valiente que El Guerra y anticlerical, se oponía radicalmente”.
Las circunstancias cambiaron en su época ya adulta. Y entonces, pese a luchar por ser una figura en el mundo del toro, echó todo a un lado y, sin importarle nada, ingresó en los dominicos: “Quería que me hubieran mandado donde no me conocieran, pero decidieron que iría un año a León y otro al convento de Caleruega. La gente iba en peregrinación. Recuerdo a un hombre enfermo que había llegado desde Palma y me dijo que se tenía que confesar conmigo porque yo era un santo, como si yo fuera san Martín de Porres, y le quedaba poco de vida, como así sucedió. Tomé los hábitos. En la calle había miles de personas, con el Nodo. Aquello no fue lo que esperaba y volví a los toros”.
“¿Hay similitudes entre un torero y un monje?”, le pregunta Luis Nieto, el redactor del diario hispalense. A lo que Mondeño responde con mucho arte: “Hay algo especial entre ambos mundos, y es la liturgia, como sucede incluso a la hora de vestirse el torero y el religioso”.