“La oración en Cristo y en el Espíritu Santo transforma a la persona desde dentro y puede iluminar a los demás y al mundo que nos rodea“, ha recordado Francisco hoy, 17 de marzo, durante el rezo del ángelus. Comentando el pasaje evangélico de la Transfiguración, que la liturgia propone cada II Domingo de Cuaresma, el Papa ha insistido en cómo Jesús se transfiguró, “su rostro cambió de apariencia”, mientras oraba (Lc 9, 29).
La escena tuvo lugar en el Tabor, a donde el Maestro subió en compañía de Pedro, Santiago y Juan, a quienes concedió el privilegio de “anticipar la gloria de la Resurrección”, de disfrutar de”un pedazo de cielo en la tierra”, ha descrito gráficamente Bergoglio. “El evangelista Lucas -ha explicado- nos muestra a Jesús transfigurado en la montaña, que es el lugar de la luz, un símbolo fascinante de la experiencia singular reservada para los tres discípulos”.
Allí, “sumergido en una conversación íntima con el Padre, en la que también resonaban la Ley y los Profetas, Moisés y Elías, se adhirió a la voluntad de salvación del Padre, incluida la cruz, mientras la gloria de Dios “lo invadió”, ha reflexionado el Pontífice argentino. Un “nuevo esplendor” que envuelve a toda su persona y provoca el asombro de sus acompañantes, “acostumbrados a verlo a diario en la simple apariencia de su humanidad”. Al tiempo que asisten a la conversación que el propio Jesús mantiene con Moisés y Elías, “que hablan con él sobre su próximo ‘éxodo’, es decir, su Pascua de muerte y resurrección”.
Este episodio de la Transfiguración “tiene lugar en un momento muy preciso en la misión de Cristo”, ha subrayado Francisco, justo después de que Jesús confiara a los discípulos que debía “sufrir mucho, (…) ser asesinado y resucitado al tercer día”. “Jesús sabe que no aceptan esta realidad -ha continuado meditando-, y por eso quiere prepararlos para soportar el escándalo de la pasión y muerte de la cruz, para que sepan que esta es la manera en que el Padre celestial llevará a su Hijo elegido a la gloria, resucitándolo de la muerte”. Un camino que también será el de los discípulos: “Nadie alcanza la vida eterna salvo siguiendo a Jesús, llevando su propia cruz a la vida terrenal”, ha advertido el Papa.
En este sentido, “la Transfiguración de Cristo nos muestra la perspectiva cristiana del sufrimiento: es un pasaje necesario, pero transitorio”, ha matizado Francisco, antes de especificar que la meta a la que estamos llamados es “tan luminosa como el rostro de Cristo transfigurado: en él está la salvación, la felicidad, la luz, el amor de Dios sin límites”. Dicho de otro modo, “al mostrar su gloria, Jesús nos asegura que la cruz, las pruebas, las dificultades en las que luchamos tienen su solución y su superación en su Pascua“.
Una vez compartidos estos pensamientos al hilo del evangelio dominical, el Papa ha llamado a los fieles a proseguir el “viaje de Cuaresma con alegría”, concediendo “espacio a la oración y a la Palabra de Dios” y, como la Virgen María, “a permanecer con Jesús incluso cuando no lo entendemos y no entendemos sus caminos. Porque solo permaneciendo con Él veremos su gloria”. Así, en esta subida al Tabor, “fijamos la mirada interior en su rostro y dejamos que su luz penetre e irradie en nuestra vida“, ha invitado Francisco.
Al término de la plegaria mariana, el Pontífice ha rezado por los muertos, heridos y sus familias del “horrible ataque” contra dos mezquitas en Christchurch, Nueva Zelanda, que el pasado día 14 acabó con la vida de medio centenar de personas. “Estoy cerca de esa comunidad religiosa y civil, y renuevo la invitación a unirse con la oración y los gestos de paz para oponerse al odio y la violencia”, ha concluido.