“Hay una ausencia de modelos de paternidad”. Así comienza la conversación de Fernando Vidal con Vida Nueva, en la festividad de San José, en relación al nuevo libro del director del Instituto Universitario de la Familia y profesor de la Universidad Pontificia Comillas. Y es que en ‘El día del padre’ (San Pablo), se hace un repaso de cuatro personajes que, históricamente, “revolucionaron la paternidad”. Así, Abrahán, Akhenatón, Dédalo y Confucio se convierten en un referente, cada uno en su singularidad, ya que “cuando exploramos cada una de estas figuras vemos que se enfrentaron a desafíos muy similares a los nuestros y que hicieron grandes avances”.
Este libro surge de uno anterior, ‘La revolución del padre’, y de la observación de que “el 85% de los hombres no son capaces referir ningún ejemplo de figura paternal célebre”. Y esto, “en un tiempo en el que nos encontramos en una encrucijada entre padres que se comprometen y padres que desertan”, hace que una “reflexión acerca de lo que significa ser padre” sea, como mínimo, necesaria.
PREGUNTA.- ¿Qué significa ser un buen padre?
RESPUESTA.- El buen padre queda muy bien definido en estos cuatro autores. Para Abraham ser padre es el mayor logro, y lo que experimenta es la liberación del hijo. Uno tiene hijos para la libertad. Akhenatón nos muestra lo primordial del cariño, de la ternura, del amor incondicional al hijo. Dédalo nos enseña la confianza en el hijo. Cómo confiar en él, reconocer sus talentos, es crucial. Por su parte, Confucio nos muestra cómo ser un padre conmovedor, cómo tener esa piedad filial, cómo mantenerse en comunicación permanente. A cómo generar el vínculo que favorece el desarrollo integral de los hijos.
P.- ¿Qué ha pasado para que, ahora mismo, mucha gente no sepa dar un buen ejemplo de paternidad?
R.- En el siglo XIX la industrialización trajo consigo un cambio muy severo para las familias. La familia obedece unas lógicas de donación, amor incondicional, y la industria capitalista no obedece a esas lógicas, sino que maneja objetivos como la explotación, de beneficios, de utilitarismo, y ciertamente la presencia de la familia era incómoda. Se expulsaron las lógicas familiares al ámbito doméstico y privado, excluido, al margen de la sociedad. Y, por otro lado, se cogió al padre, masivamente, y se le metió en las fábricas a trabajar en jornadas realmente exhaustivas y muchos días a la semana. De esta forma el padre se hacía ausente, ya que desaparecía del hogar. Por otra parte, esto dio una imagen de la mujer consagrada a la vida doméstica como la mejor forma de ser mujer.
El siglo XX ha ido liberando de algunos de estos procesos de explotación capitalista y, por otro lado, ha impulsado los movimientos feministas y una nueva relación de mujeres y hombres liberados de ese papel que la industria le había puesto encima. En este sentido, el hombre comienza a buscar esa singularidad masculina y encuentra que esta singularidad, la de ser padre, puede ejercerse en condiciones de igualdad.
P.- Y en la actualidad, ¿cómo se contempla la paternidad?
R.- La paternidad hoy en día comparte la crianza de forma cooperativa con la mujer. Son dos realidades paralelas pero a la vez distintas la de ser padre y madre. El hombre está programado, desde los inicios de la humanidad, para ser padre, tanto hormonalmente como cerebralmente. El cuerpo va cambiando para poder ejercer de manera correcta el cuidado, la cercanía, la transmisión clara y expresiva del amor incondicional por los hijos.
P.- Entonces, ¿la experiencia de la paternidad y la maternidad son similares?
R.- Es cierto que hombre y mujer tienen una perspectiva muy diferente, ya que ellas tienen una fusión unitaria con el hijo, una fusión que se produce con él durante el embarazo. El hombre, por otra parte, siempre está llamando al hijo desde fuera. Se tiene una posición diferente ante el hijo. No son papeles ni tareas distintas, son modos distintos.