El diplomático vaticano Claudio Maria Celli ha sido uno de los hombres clave del acuerdo provisional al que llegaron hace seis meses la Santa Sede y China para desatascar el nombramiento de obispos en el país asiático. El veterano arzobispo italiano empezó en 1982 a seguir en la Secretaría de Estado la presencia de la Iglesia católica en territorio chino, un asunto espinoso debido a la ruptura de relaciones diplomáticas entre Pekín y Roma en 1951 con el triunfo del comunismo. Siguieron años de persecución a los fieles y de fractura entre dos comunidades cristianas: una clandestina y fiel al Papa y otra controlada por las autoridades políticas.
En estas casi cuatro décadas, Celli se ha convertido en uno de los mejores conocedores de la realidad católica china, de la que muy raramente habla en público. Este lunes 25 de marzo hizo una significativa excepción en la presentación del libro ‘La Iglesia en China: un futuro por escribir’, que recoge los artículos sobre esta cuestión publicados en los dos últimos años por ‘La Civiltà Cattolica’, la prestigiosa revista de la Compañía de Jesús.
Legítimas autoridades
El volumen cuenta con un prólogo del cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado, en el que destacó la importancia de mantener una actitud “de respeto” hacia las “legítimas autoridades” chinas y aseguró que la Iglesia en aquél país “necesita unidad, confianza y un nuevo impulso pastoral”.
Celli consideró que el acuerdo provisional no es sólo un “punto de llegada” tras años de negociaciones, en las que tuvo un papel protagonista, sino sobre todo “un punto de partida para una renovada evangelización” en China. El documento suscrito el pasado septiembre, cuyo contenido no ha sido hecho público, constituye un “hecho positivo”, pero “el camino hacia la normalización de la vida de la Iglesia es aún largo”.
Inculturización de la fe
Los obispos chinos, todos ya reconocidos por Roma, tienen un “profundo deseo de ser plenamente católicos, de estar en comunión con Pedro y con el resto de obispos, y al mismo tiempo de ser plenamente chinos”. Para el veterano diplomático vaticano este es un punto crucial para entender la realidad de la Iglesia local: sienten “fuertemente” esa identidad dual, lo que debe suscitar una reflexión “en el gran tema de la inculturización” de la fe.
Durante el largo pontificado de Juan Pablo II la estrategia de la Santa Sede para China siguió tres principios: “Debíamos apoyar a las comunidades clandestinas que sufrían por su fidelidad a Pedro, favorecer el retorno a la plena comunión de los obispos que tras ser consagrados ilícitamente pedían la legitimación, y mantener contactos con los obispos que por motivos de salud salían del país”.
Juan Pablo II, una referencia
Para desarrollar esta tarea, Celli mantuvo un estrecho contacto con los obispos chinos, en los que percibió un “profundísimo sufrimiento humano y espiritual”. Siempre mantuvieron un deseo de ser “auténticamente católicos y chinos” al tiempo que tenían a Juan Pablo II como un “gran punto de referencia”. El Papa polaco, al igual que sus sucesores, siguió con gran interés las vicisitudes por las que pasó la comunidad católica en el país asiático y nunca desistió de su interés de visitar China. “Incluso cuando estaba en silla de ruedas me preguntaba si era posible un viaje a Pekín”, recordó.
Los primeros contactos con las autoridades chinas no fueron nada fáciles y estuvieron marcados por la “limitada confianza recíproca”. Los representantes de la Santa Sede y del régimen de Pekín tuvieron que superar la “dificultad de comprensión del sistema del otro” y una mutua posición demasiado “dogmática”, aunque al final prevaleció la necesidad “de construir un puente entre las dos partes para superar las difidencias y rigideces sobre los principios”.
Larga reconciliación
En la presentación del libro también participaron Arturo Sosa, superior general de los jesuitas; Giuseppe Conte, primer ministro italiano; y el director de ‘La Civiltà Cattolica’, Antonio Spadaro, quien ejerció de maestro de ceremonias. Sosa consideró que “será larga” la reconciliación en la Iglesia china “para sanar tantas heridas” y pidió a esta comunidad cristiana un “cambio de mentalidad por medio del encuentro con la personalidad de Cristo y dejándose llevar por el Espíritu Santo”.
Aprovechó el superior de la Compañía de Jesús su ponencia para recordar el imprescindible papel que tiene Pekín para resolver los grandes desafíos que afronta hoy la humanidad. “Sin una participación activa del pueblo chino no puede llegarse a un equilibrio ecológico en el Planeta, ni a garantizar un desarrollo humano que permita luchar contra la pobreza”, dijo. Conte, por su parte, confesó que había dedicado a la protección del medio ambiente buena parte de la conversación que mantuvo la semana anterior con el presidente chino, Xi Jinping, durante su visita a Italia.