La imagen de un joven keniata vestido con el hábito franciscano mientras, escoltado por el actor Hugh Jackman y el primer ministro de Emiratos Árabes, Mohammed Bin Rashid Al Maktoum, levantaba al cielo un trofeo dorado, parecía evocar el momento en el que Iker Casillas levantó para España el Mundial de 2010 en Johannesburgo. Pero no. Se trataba de Peter Tabichi, quien, el pasado domingo 24 de marzo en Dubái, fue distinguido, entre 10.000 candidatos, con el Global Teacher Prize, el oficioso Premio Nobel de la Educación.
El galardón, que, desde 2014, entrega anualmente la Fundación Varkey, de Dubái, está dotado con un millón de dólares a destinar a fines educativos. En el caso de Tabichi tiene muy claro en qué (en quienes) invertirá ese dinero… Como hace siempre con su humilde salario, que dona en su mayoría a los vecinos más pobres, irá dirigido a la pequeña comunidad que gira en torno a la aldea de su Kenia natal en la que imparte clases de Matemáticas y Física.
Se trata de la Keriko Secondary School, en Pwani, donde sus alumnos han de combatir cada día contra las numerosas amenazas que les acechan: la pobreza, la orfandad, las drogas, los embarazos no deseados o el suicidio. Por no hablar de la lejanía del centro para muchos chicos, que recorren solos cada día varios kilómetros de ida y vuelta, o el hecho de que haya cerca de 80 alumnos por clase, contando únicamente con un ordenador.
Como ha reconocido la Fundación Varkey, el mérito de este franciscano de 36 años es colosal al vencer todas las barreras estructurales y conseguir que sus alumnos se vuelquen en todos sus proyectos. Y obteniendo numerosos frutos, como la victoria en el Campeonato Keniata de Ciencias, un premio de la Real Academia de Química de Reino Unido o la posibilidad de viajar hasta Arizona (Estados Unidos) para participar en la final de un torneo científico y de ingeniería.
Pero no son solo los premios… Se trata de contagiar la pasión por el conocimiento y hacer creer (con la fe de la infancia) al otro que, si está bien formado, le será más accesible sortear mil y un obstáculos hasta llegar a ser el dueño de su propia vida. Así, sus alumnos del taller de ciencias diseñan proyectos para hacer más fácil la vida de las personas ciegas puedan medir y producen su propia electricidad a través de una planta.
En este sentido, Tabichi, que recorre en moto las enormes distancias que separan a los habitantes de su comunidad, es un alumno aventajado de la Laudato si’ de Francisco. Más allá de su labor en las clases, lucha contra el carácter semidesértico de la región ayudando a los campesinos a cultivar del modo más eficiente y ecológico posible. Sin necesidad de invertir en productos artificiales (por otra parte, inalcanzables en un contexto marcado por la pobreza) o utilizar técnicas que violenten el curso natural de la tierra, obtienen, gracias a sus consejos, cosechas que les permiten vivir cada vez con más holgura.
Esa misma pasión por su gente es la que, en 2007 (cuando apenas contaba con 24 años), llevó a este religioso a impulsar un Club de Paz. Ese año había estallado un conflicto tribal que terminó en un violento enfrentamiento, dejando un saldo de dolor y muerte. Y así fue como obró otro de sus milagros… Los que ayer se enfrentaron hasta la muerte, hoy participan activamente en el proyecto del franciscano y debaten sobre lo que les divide. Y, aún mejor, van más allá de las palabras y comparten actividades por el bien de la comunidad.
En su corta vida, Peter Tabichi ha demostrado conocer la esencia de la existencia humana: la pasión y una fe plena son el motor que mueve a conseguir lo imposible… En definitiva, una versión 2.0 del secreto para multiplicar los panes y los peces del gran maestro, Jesús de Nazaret. Y lo volvió a demostrar, una vez más, con su discurso de agradecimiento al recoger el galardón que le señala como el mejor profesor del mundo: “Este premio no me reconoce a mí, sino a la gente joven de nuestro gran continente. Estoy aquí solo porque mis alumnos lo han logrado. Este premio les da una oportunidad, le dice al mundo que ellos pueden ser lo que quieran”.
“Las nuevas generaciones –concluyó emocionado– no van a tener expectativas bajas. África va a producir científicos, ingenieros y empresarios que serán famosos en todos los rincones del mundo, y las niñas y mujeres van a tener un enorme protagonismo. Amanece en África. Los cielos están despejados. El día es joven y hay una página en blanco por escribir. Este es el momento de África”.
El mismo presidente de Kenia, Uhuru Kenyatta, quiso formar parte de la fiesta al enviar un vídeo grabado en el que mostraba su profundo agradecimiento: “Peter, me das esperanza de que los mejores días de África están cerca. Tu historia iluminará a otras generaciones”.
Peter Tabichi conjuga su doble vocación, la de maestro y la de franciscano, siendo fiel, al menos en lo tocante a la primera llamada, a su familia. Y es que su propio padre fue su profesor en la escuela. Además de que sus tíos y varios de sus primos se dedican a la enseñanza. Así, cuando se confirmó en la gala que él es el mejor profesor del mundo, el joven pidió que el reconocimiento también se dirigiera a su padre, que le acompañaba en el acto y quien también le inculcó la fe religiosa.
La que no pudo vivir con Tabichi un momento tan especial, en el que todo era una aventura (nunca había cogido un avión), fue su madre, que murió cuando él tenía 11 años. Aunque seguramente esa fue otra de las claves para llegar a alcanzar esta meta: cuando el franciscano habla a uno de los muchos niños huérfanos que hay en su clase y le dice que algún día podrá llegar a ser aquello con lo que sueñe, es porque él mismo ha encarnado todos sus sueños. ¿Utopía? Para los hijos de Don Quijote esta no existe. Y, como a veces se comprueba, tienen razón…