Tras pronunciar el primer discurso de su viaje a Marruecos en su encuentro en Rabat con representantes de las autoridades públicas, la sociedad civil y el cuerpo diplomático, el papa Francisco ha visitado el mausoleo de Mohamed V (padre de Hassan II y abuelo del monarca actual) y el Instituto Mohamed VI, acompañado en todo momento por el rey, con el que se ha reunido en privado durante una hora.
Tras cumplir con esta agenda más político-institucional, el Papa ha querido cerrar su primera jornada en la nación magrebí con un caluroso encuentro con los migrantes atendidos en la sede de Cáritas Diocesana de Rabat, recibido por los dos obispos españoles, Cristóbal López, pastor de Rabat, y Santiago Agrelo, de Tánger.
“Una herida que clama al cielo”
A todos los presentes (responsables del centro, voluntarios y personas ayudadas a tener un día a día más digno, llegadas de numerosos países del Subsahara), Francisco les ha dirigido el que ha sido su segundo discurso en territorio marroquí. “Es una ocasión –ha comenzado Bergoglio– que me permite expresaros nuevamente mi cercanía y hacer frente con vosotros a esta herida grande y dolorosa que continúa desgarrando los inicios de este siglo XXI”.
Ante decenas de migrantes, el Papa ha señalado que la suya es una “herida que clama al cielo, y por eso no queremos que nuestra palabra sea la indiferencia y el silencio”. “Mucho más –ha continuado– cuando se constata que son muchos millones los refugiados y los demás migrantes forzados que piden la protección internacional, sin contar a las víctimas de la trata y de las nuevas formas de esclavitud en manos de organizaciones criminales. Nadie puede ser indiferente ante este dolor”.
Tras agradecer el saludo de Santiago Agrelo, arzobispo de Tánger (que le ha transmitido que “aquí están los últimos entre los últimos”), y de Jackson, un joven camerunés atendido por Cáritas Rabat y que le ha ofrecido su testimonio, Francisco ha empezado dano “las gracias a los niños, pues ellos tienen derecho a la dignidad, a la vida”. Así, ha pedido que “sigamos comprometiéndonos en asegurar condiciones de vida dignas para todos. Todos estamos llamados a responder a los numerosos desafíos planteados por las migraciones contemporáneas, con generosidad, diligencia, sabiduría y amplitud de miras, cada uno según sus propias posibilidades”.
La Cumbre de Marrakech
En este sentido, el Papa se ha referido a la Conferencia Intergubernamental de Marrakech, que, en diciembre, ratificó el Pacto Mundial para una Migración Segura, Ordenada y Regular: “Este Pacto nos permite reconocer y tomar conciencia de que no se trata solo de migrantes –ha apuntado en relación a la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado 2019–, como si sus vidas fueran una realidad extraña o marginal que no tuviera nada que ver con el resto de la sociedad. Como si su condición de personas con derechos permaneciera ‘suspendida’ debido a su situación actual; en efecto, un migrante no es más o menos humano en función de su ubicación a un lado o a otro de una frontera”.
“Lo que está en juego –ha enfatizado– es el rostro que queremos darnos como sociedad y el valor de cada vida. Se han dado muchos pasos positivos en diferentes ámbitos, especialmente en las sociedades desarrolladas, pero no podemos olvidar que el progreso de nuestros pueblos no puede medirse solo por el desarrollo tecnológico o económico. Este depende sobre todo de la capacidad de dejarse conmover por quien llama a la puerta y que con su mirada estigmatiza y depone a todos los falsos ídolos que hipotecan y esclavizan la vida, ídolos que prometen una aparente y fugaz felicidad, construida al margen de la realidad y del sufrimiento de los demás”.
“¡Qué desierta e inhóspita –ha lamentado– se vuelve una ciudad cuando pierde la capacidad de compasión! Una sociedad sin corazón… Una madre estéril. Vosotros no estáis marginados, estáis en el centro del corazón de la Iglesia”.
En torno a cuatro verbos
En este sentido, el Papa ha pedido que la respuesta hacia ellos gire en torno a “cuatro verbos: acoger, proteger, promover e integrar”, para que, “quien quiera ayudar a hacer esta alianza más concreta y real, pueda involucrarse con sabiduría en vez de permanecer en silencio, ayudar en lugar de aislar, construir en vez de abandonar”.
“En este compromiso –ha clamado– estamos todos implicados (de diferentes maneras, pero todos implicados), y todos somos necesarios para garantizar una vida más digna, segura y solidaria. Me gusta pensar que el primer voluntario, asistente, socorrista y amigo de un migrante es otro migrante que conoce en primera persona el sufrimiento del camino. No se puede pensar en estrategias a gran escala, capaces de dar dignidad, limitándose solo a acciones de asistencia al migrante. Son indispensables, pero insuficientes. Es necesario que vosotros, migrantes, os sintáis como los primeros protagonistas y ejecutores en todo este proceso”.
“Mercaderes de carne humana”
A continuación, el Santo Padre ha defendido que “la ampliación de los canales migratorios regulares es uno de los principales objetivos del Pacto Mundial”. Una acción clave “para no otorgar nuevos espacios a los ‘mercaderes de carne humana’ que especulan con los sueños y las necesidades de los migrantes”.
Mientras, “hasta que este compromiso no se realice plenamente, habrá que afrontar la realidad apremiante de los flujos irregulares con justicia, solidaridad y misericordia”. Aquí, además de esa clara mención a los corredores humanitarios, el Papa se ha referido a las llamadas devoluciones en caliente, práctica habitual en los últimos años en la llamada frontera sur, que divide España y marruecos: “Las formas de expulsión colectiva, que no permiten un manejo correcto de los casos particulares, no pueden ser aceptadas. Por otro lado, los caminos extraordinarios de regularización, especialmente en el caso de las familias y de los menores, han de ser alentados y simplificados”.
“La protección –ha proseguido– se debe asegurar ante todo a lo largo de las rutas migratorias que, lamentablemente, son a menudo escenarios de violencia, explotación y abusos de todo tipo. Aquí también es necesario prestar especial atención a los migrantes en situación de gran vulnerabilidad, a los numerosos menores no acompañados y a las mujeres. Es esencial poder garantizar a todos una asistencia médica, psicológica y social adecuada con el propósito de devolver la dignidad a quienes la han perdido en el camino, como hacen con dedicación los trabajadores de esta estructura”.
Ambientes seguros
Con todas sus fuerzas, el Papa ha llamado a “garantizar a todos, migrantes y locales, la posibilidad de encontrar un ambiente seguro que les permita realizarse integralmente. Esta promoción comienza reconociendo que ninguno es un desecho humano, sino que es portador de una riqueza personal, cultural y profesional que puede aportar mucho ahí donde se encuentra. Las sociedades de acogida se enriquecerán si saben valorizar adecuadamente la aportación de los migrantes, evitando todo tipo de discriminación y cualquier sentimiento xenófobo”.
En este punto, ha señalado medidas muy concretas, como “fomentar vivamente el aprendizaje de la lengua local como vehículo esencial de comunicación intercultural” o “responsabilizar a los migrantes respecto a la sociedad que los acoge, aprendiendo a respetar las personas y las relaciones sociales, las leyes y la cultura, para que así ofrezcan una mejor aportación al desarrollo humano integral de todos”.
Derecho a no migrar
Acudiendo al principio mismo del fenómeno migratorio, Bergoglio ha recordado que es en los países de origen “donde se debe garantizar, junto al derecho a emigrar, también el de no estar obligados a emigrar, es decir, el derecho a encontrar en la propia patria las condiciones que permitan una vida digna”.
Sobre el último de los verbos propuestos, ‘integrar’, Francisco ha reconocido que a veces “no es nada fácil entrar en una cultura que nos es ajena (ya sea para quienes llegan como para quien acoge), ponernos en el lugar de personas tan diferentes a nosotros, comprender sus pensamientos y experiencias. Así, a menudo, renunciamos al encuentro con el otro y levantamos barreras para defendernos. Integrar requiere, por consiguiente, no dejarse condicionar por los miedos y la ignorancia”.
“Este es un camino –ha animado– que hemos de recorrer juntos, como verdaderos compañeros de viaje, que involucra a todos, migrantes y locales, en la construcción de ciudades acogedoras, plurales y atentas a los procesos interculturales, ciudades capaces de valorizar la riqueza de las diferencias en el encuentro con el otro”.
“La Iglesia padece con vosotros”
En la parte final de su discurso, el Pontífice se ha dirigido a los presentes en clave personal, a modo de abrazo: “Queridos amigos migrantes, la Iglesia reconoce los sufrimientos que afligen vuestro camino y padece con vosotros. Ella desea recordar, acercándose a vuestra situación particular, que Dios quiere que todos tengamos vida. También quiere estar a vuestro lado para construir con vosotros lo que sea mejor para vuestra vida. Porque todo hombre tiene derecho a la vida, todo hombre tiene derecho a soñar y a poder encontrar el lugar que le corresponde en nuestra ‘casa común’. Toda persona tiene derecho al futuro”.