La mirada se va al impresionante ‘Gólgota’ (1964), de Lucio Muñoz, un tríptico imponente de madera tallada y policromada sobre la Crucifixión. Al famoso ‘Ostensorio eucarístico’ (1960), de José Luis Alonso Coomonte, en hierro forjado y engarces de piedra de cuarzo, que elevó a escultura una pieza tradicionalmente de orfebrería. Pero realmente uno no sabe a dónde mirar. Si hacia los bronces de Pablo Serrano, Josep Maria Subirachs, José Gonzalvo Vives o Venancio Blanco, cuatro maneras de ver y sentir a Cristo, todas dolientes. O a la tierna ‘Piedad laica’ (1960) en madera, de José Luis Sánchez.
“Presentamos la oportunidad de conocer en conjunto, y por vez primera, una selección de obras relevantes de escultura, pintura, arquitectura y artes aplicadas realizadas en España durante las décadas centrales del siglo XX, para así divulgar la amplia, valiosa y poco conocida obra de carácter religioso de este período”, explica la arquitecta Elena García Crespo, una de las comisarias de la formidable exposición ‘La zarza ardiendo. Entre el asombro y la emoción’ (1955-1975), en O_Lumen, el “espacio para las artes y la palabra” de los dominicos en Madrid. “Queremos poner en valor todo este conjunto de obras extraordinarias de esta época, que es bastante desconocida, en general, incluso dentro de la Iglesia”, insiste García.
Medio centenar de obras de veinte artistas, escultores en su mayoría, también pintores y vidrieristas –como Francisco Farreras, Arcadio Blasco, Carlos Pascual, Joaquín Vaquero o Carlos Muñoz–. “Todos los artistas que participaron en la renovación del arte sacro en los años 50 y 60 eran primeras figuras, y muchos comenzaron creando arte religioso”, prosigue la comisaria. Y lo hicieron ligados a la construcción de iglesias paradigmáticas –el Santuario de Aránzazu, en Guipúzcoa (1950-55); el de la Virgen del Camino, en León (1955-61); la iglesia del Teologado de San Pedro Mártir, en Alcobendas (1955-58), o la iglesia de los Sagrados Corazones, en Madrid (1961-65)– y en alianza a nombres sobresalientes de la arquitectura española: Miguel Fisac, Rodolfo García-Pablos, José Luis Fernández, Rafael de la Hoz, Luis Laorga, Francisco Javier Sáenz, Francisco Coello, Luis Cubillo y José María García.
“En aquella España que había salido de la Guerra Civil no había, digamos, muchos patrocinadores que se lanzaran a encargar arte contemporáneo, y la Iglesia, a través de la arquitectura religiosa, sirve de catalizador creando un ambiente de integración de las artes muy singular”, añade García, comisaria junto Benjamín Cano y a fray Iván Calvo de esta magnífica zarza ardiendo. “El nombre se le ocurrió a Benjamín Cano, porque como el fuego que atrae y fascina a Moisés en el episodio bíblico, el arte que mostramos es ‘llama que llama’, nos interpela, sin consumirse, a asomarnos con asombro y emoción al insondable significado de su mensaje”, expone García. Y ese mensaje no es otro que la infinita belleza de la fe, la renovación de los lenguajes escultóricos y, en menor medida, pictóricos, en la España de mediados de los 50 y 60.
El espacio expositivo ocupa la iglesia del convento Santo Domingo la Real, donde vivió durante sus últimos años el padre Aguilar. “Su papel promotor, no solo en España, está contrastado en numerosos estudios y no pocos investigadores han ponderado su labor pionera en la renovación del arte sacro, como instrumento de expresión del mensaje teologal de fe, esperanza y caridad”, manifiesta García.