“Con sentimiento, comunicamos que hoy, 2 de abril, acaba de fallecer el P. Ángel Mª Ipiña en la Residencia San Viator de Valladolid. Tenía 59 años de edad, 30 de profesión religiosa y 19 de sacerdocio. Se procederá al traslado del cadáver a Vitoria-Gasteiz y mañana será el entierro y la misa funeral pública. Se comunicará la hora y lugar cuando se hayan fijado”.
A través de este sencillo comunicado, emitido hace unas horas en sus redes sociales, la congregación Clérigos de San Viator ha informado del fallecimiento de su hermano Ángel María Ipiña. Este religioso, natural del municipio guipuzcoano Mondragón y aquejado estos últimos años de una dolorosa enfermedad, ha mantenido hasta el final una alegría vital que impresionaba a todos los que le rodeaban.
Fiel seguidor de Vida Nueva (y persona muy querida por varios de sus redactores), era un comentarista habitual de todo lo publicado en ella. Siempre en clave de esperanza, aunque no exenta de genuina libertad y capacidad de autocrítica, siendo su mayor deseo que la Iglesia de nuestra hora sea auténticamente un espacio de encuentro con Jesús, quedando los egos y las luchas de poder desterradas por completo.
El propio Ipiña, fiel a ese espíritu apasionado, dejó escrito un mensaje de hondo agradecimiento para todos los que se han interesado por él estos años: “La despedida, la de siempre: que sigáis rezando conmigo, y por mí, cuando yo no pueda hacerlo, para que tenga lucidez en la gestión de este momento de mi vida y fortaleza en los momentos de adversidad”.
“El Señor –concluye– (n)os está escuchando. Démosle gracias a Dios por poder vivir este momento de mi vida de esta manera y poder compartirla con todos vosotros. Por supuesto, acojo con mucho cariño la energía positiva que me enviáis las personas que os decís no creyentes”.
Los Clérigos de San Viator le han despedido con estos versos del salmo 27: “Espero gozar de la dicha del Señor / en el país de la vida. / Espera en el Señor, sé valiente, / ten ánimo, espera en el Señor”.
Contactado por Vida Nueva, su compañero, el también viator José Javier Ruiz de Eguílaz López de Ciordia, cuenta que “Ángel ha sido un gigante, un hombre De Dios. Excelente hermano de comunidad, sacerdote entregado extraordinariamente a la misión, con honda conciencia eclesial. Trabajador infatigable, con enorme capacidad de empatía y cercanía, de escucha. Muy querido por sus alumnos. Ha sido admirable, verdadero testimonio en la enfermedad. Estoy convencido: ¡un santo!”.
“Cuando yo era novicio –continúa José Javier–, él estaba cercano a nuestra comunidad y era una auténtica gozada hablar con él. Después, siendo él novicio y yo religioso joven, me acompañaba espiritual y humanamente; ya entonces era un maestro de sabiduría. La ordenación de diáconos, el diaconado, lo hicimos juntos con otros dos compañeros.
Desde aquellos años, y más intensamente en la última etapa, ha sido un enorme apoyo para mí, en todos los sentidos. Junto a un compañero, él y yo conformábamos el equipo de Pastoral Provincial. ¡Solo puedo dar gracias!”.
Un último testimonio, de alguien cercano a él, nos cuenta que “ha sido bellísimo seguir el camino que Ángel ha trazado durante la enfermedad. Su fortaleza interior ha encendido en muchos de nosotros un gran fuego que no se apaga. ¡Gracias por tanta luz!”.
Tristemente, este buen amigo de Vitoria no podrá comentar esta noticia… Aunque, genio y figura, seguro que se la está susurrando a Dios. Sonriendo, claro.