“En este tiempo de Cuaresma estamos llamado a reconocernos pecadores y a pedir el perdón de Dios. Un perdón, a su manera, que nos reconcilia y nos da la paz, nos hace comenzar una historia renovada”. Con estas palabras se ha dirigido Francisco a los presentes en la plaza de San Pedro para el rezo del ángelus de hoy, 7 de abril, en el que se han reunido fieles de todo el mundo para celebrar el quinto domingo de Cuaresma. Francisco ha apuntado que esta escena del evangelio “nos invita a cada uno de nosotros a tomar conciencia de que somos pecadores” pero, sobre todo, a “dejar caer de nuestras manos la piedra de la denigración y de la condena que a veces queremos arrojar a los demás”.
Un futuro, un camino que se abre nuevo y lleno de esperanza como el de la mujer adúltera del pasaje de los Evangelios en el que se centra la liturgia de hoy, para quien, después del perdón de Jesús, su vida torna renovada. En el pasaje “se contraponen dos posturas”, ha explicado el Papa, “la de los escribas y fariseos por una parte y, de la otra, la de Jesús”. Los primeros “querían condenar a la mujer, porque se sentían doctores de la ley y de su fiel aplicación”. Jesús, sin embargo, “quiere salvarla, porque Él encarna la misericordia de Dios que perdonando redime y reconciliando renueva”.
“Mientras Jesús está enseñando en el templo, los escribas y fariseos le llevan a una mujer sorprendida en adulterio y preguntan a Jesús si deben lapidarla tal como se prescribe en la ley de Moisés”, ha continuado Francisco, ante lo cual “se puede suponer que su propósito era que, si Jesús decía que no a la lapidación, sería un motivo para acusarle de desobediencia a la Ley”, mientras que “si decía que sí, por el contrario, podrían denunciarlo a la autoridad romana, que tenía el derecho a condenar reservado para sí misma y no admitía los linchamientos populares”.
“Él no ha venido al mundo a para juzgar y condenar, sino para salvar y ofrecer a las personas una vida nueva”, ha señalado Francisco. Por eso, Jesús dice “quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra”, con el objetivo de hacer un llamado “a la conciencia de aquellos hombres”. Así, a los que se sentían “paladines de la justicia”, Jesús les hace reconocer “su propia condición humana y pecadora, por la cual no se puede tener el derecho de la vida o muerte sobre alguien similar”. En este punto, “comenzando por los más ancianos, que eran los más sabios, se fueron yendo todos, renunciando a lapidar a la mujer”.
Al final queda Jesús solo con la mujer. “Jesús es el único sin culpa, el único que podría arrojar la piedra contra ella, pero no lo hace, porque Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva”. Además, Él “despide a la mujer con estas maravillosas palabras: Ve, y de ahora en adelante, no peques más”. Unas palabras por las que Francisco ha señalado que “se abre frente a ella un nuevo camino, creado desde la misericordia, un camino que recuerda su propio empeño de no pecar más”. Una invitación que vale “para cada uno de nosotros”. Y es que “cada conversión verdadera es la promesa de un futuro nuevo, de una vida nueva, hermosa, libre de pecado, generosa”, ha añadido el Pontífice.