Lo de José Luis Caravias Aguilar es la frontera. Será por su condición de jesuita. Nacido hace 84 años en Alcalá la Real (Jaén), el autor de libros tan celebrados ‘Vivir como hermanos’ o ‘Dios en mi vida’, fue expulsado de Paraguay por el dictador Stroessner en 1972. Lo secuestraron los militares y lo dejaron en la frontera argentina, desnudo, sin dinero y sin documentos.
Se instaló en el Chaco, en la frontera con Paraguay, y fundó un sindicato. Tuvo que escapar a Buenos Aires, donde lo acogió y escondió un provincial llamado Jorge Mario Bergoglio –“era buena gente, pero ahora es mejor”–. Hasta que tuvo que huir del país ante la amenaza de muerte que le dictó la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina). De España pasó a Ecuador, con los indígenas, y de allí, tras la caída de Stroessner en 1989, regresó a Paraguay, donde se ha instalado en otra frontera: la de la pastoral con los homosexuales.
PREGUNTA.- ¿Cuál es su labor pastoral con ellos?
RESPUESTA.- Acompañarlos, que tengan a alguien que los comprende y con quien puedan sincerarse. Hace tres años quisieron aclararse la acusación de que la Biblia condena la homosexualidad y organizaron un gran acto ecuménico en un importante hotel de Asunción y me encargaron una ponencia sobre el asunto.
P.- ¿Y qué les contó?
R.- Hice un estudio sobre el Antiguo y el Nuevo Testamento y encontré siete pasajes que tienen relación con el tema. Y la conclusión que saqué es que la Biblia no condena lo que hoy entendemos por homosexualidad: dos personas del mismo sexo que forman pareja. Lo que queda claro en la Biblia es la condena muy fuerte de la pedofilia y de la violencia sexual, ambas muy frecuentes en el mundo griego y en el romano. Los patricios romanos era habitual que tuvieran reacciones sexuales con sus esclavos y con los hijos de sus esclavos.
Pero en el Nuevo Testamento, lo que san Pablo les quiere decir es que aquellos señores que estaban a cada rato violando a sus eslavos, a los hijos de sus esclavos y que afirmaban que las auténticas relaciones sexuales eran con hombres, ya que con las mujeres se tenían los hijos, es que quien cree eso y hace eso, no es miembro de la comunidad cristiana. Pero san Pablo no está hablando de las tendencias homosexuales, sino de esos abusos. Por eso, en la Biblia no hay una condena explícita de la homosexualidad como tal, sino de las prácticas de abusos por parte de varones a niños y a otros hombres.
P.- Imagino que esta afirmación no sería bien acogida en ámbitos eclesiales…
R.- Cuando la prensa recogió la noticia hubo mucha gente dando una opinión muy negativa e insultante sobre mí. Y el arzobispo de Asunción pidió que la Compañía de Jesús me condenara. Sin embargo, mi provincial me apoyó. Es más, él conocía muy bien mi escrito y me sugirió cosas nuevas para redactar. T todo lo envié a la Curia jesuita en Roma, que también me apoyó. Y es que los jesuitas estamos llamados a trabajar en la frontera, y una frontera de la Iglesia es hoy la pastoral de los homosexuales, en la que también está jesuita James Martin, cuyo libro ‘Tender un puente’ presenté yo.
Esta es una línea pastoral en la que una serie de personas, apoyados en estudios técnicos, decimos que hay muchos homosexuales, no todos, que tienen una causa biológica, genética. Y por tanto es imposible decirles que cambien su actitud. Es como si alguien nace sin un brazo y estamos todo el día hinchándole, diciéndole que le tiene que crecer el otro brazo, porque está en pecado irá al infierno. Por eso hay muchos homosexuales a los que la actitud de una parte de la Iglesia les hace sufrir tanto. Los hay que se han esforzado por cambiar, porque les decían que tenían que hacerlo, pero no han podido.
P.- En España hay algunos obispados que ofrecen pautas pastorales para tratar la homosexualidad…
R.- Hay homosexuales que han sido niños violados, que han vivido un ambiente muy duro, y puede ser que hayan adquirido esa tendencia, que quizá pueda ser corregida, porque no es algo biológico. Pero está demostrado que hay homosexuales que nacen con esa condición y es inútil pedirles que cambien. Tenemos que aceptarlos como son. Y muchos de ellos son creyentes.
P.- ¿Y cómo se siente en una Iglesia como la que ven?
R.- Llegan a aceptarlo, siempre que hayan tenido al lado gente que les comprenda. Si no es así, suelen vivir su condición de creyente y homosexual con amargura.
P.- ¿Se sienten más acogidos desde la llegada del papa Francisco?
R.- Sí, el Papa les ha acogido. Y los consagrados que trabajamos pastoralmente con los homosexuales también, hoy día, nos sentimos acogidos en la Iglesia, por Francisco y por nuestros superiores. Me refiero a los de la Compañía de Jesús, porque de otras congregaciones no puedo hablar.
P.- ¿Qué pasos tiene que dar la Iglesia para avanzar en esta cuestión?
R.- Lo primero de todo, desfanatizarse, porque creen que ser homosexual es ser un vicioso y un pecador.
P.- ¿Por qué dentro de la Iglesia hay una corriente fuerte que, ante la crisis de los abusos sexuales, asegura que se debe al lobby gay sacerdotal?
R.- Creo que no tiene nada que ver. Puede que haya algún sacerdote homosexual que sean también pedófilo, pero no es tan frecuente. Es más frecuente en otros ambientes, como en las familias, entre el profesorado, por lo menos en Paraguay, y también más culturalmente aceptado. Siempre ha habido sacerdotes pedófilos, pero lo bueno ahora es que se detecte y se denuncie, algo que antes no sucedía. Eso es muy bueno. Y ojalá se haga también en las familias, los maestros y otros grupos sociales. En este sentido, la Iglesia es un modelo a seguir, porque ahora está denunciando. Ojalá denunciemos en todos los ambientes.