El religioso capuchino Celestino Aós, nacido en Navarra pero residente en Chile desde hace más de 30 años, es el hombre elegido por el Papa para empezar a cerrar las heridas que ha dejado en la Arquidiócesis de Santiago la profunda crisis por la pederastia eclesial que ha sacudido a la Iglesia chilena. Tras su nombramiento, el nuevo administrador apostólico –hasta ahora obispo de Copiapó– se apresuró a viajar a Roma, donde fue recibido por Francisco y mantuvo encuentros con diversos miembros de la Curia. Al Papa le ha pedido con urgencia obispos auxiliares para pastorear la diócesis, además de tener acceso al informe del arzobispo Charles Scicluna sobre Chile.
PREGUNTA.- ¿Qué le dijo el Papa?
RESPUESTA.- Repasamos algunas situaciones y recibí algunas orientaciones. Está realmente interesado en la Iglesia de Chile y se esfuerza para que tenga la mejor atención pastoral. Me insistió en que me ocupara de los que más sufren y de los más vulnerables, y que hay que mirar hacia el futuro. El pasado hay que asumirlo como una realidad, pero tenemos que ir construyendo el futuro.
P.- ¿Cómo puede recuperarse la confianza de los fieles?
R.- La Iglesia no es solo una institución humana. Algunos han perdido la confianza y están sufriendo mucho, otros han sufrido tanto que se han dado la vuelta, pero hay también quienes están viniendo a pesar de todo. Jesús es el Salvador y, desde ahí, se va a recuperar la confianza. En Copiapó nos preguntábamos si esto iba a repercutir mucho. Para sorpresa nuestra, en febrero celebramos la fiesta de la Candelaria y este año hubo más gente que nunca. Las personas sencillas daban una respuesta desconcertante, pero de una profundidad enorme, a quienes les decían que cómo iban a la Iglesia con todo lo que estaba pasando. Decían que no venían por los curas, sino por Jesucristo y por la Virgen.
P.- ¿Espera usted algo parecido en Santiago?
R.- Espero que sí. Todo esto nos está haciendo sufrir, pero nos está purificando. Indudablemente, los abusos fueron malos y no debieron darse nunca, no tienen ninguna justificación, pero ya se ha descubierto que había una enfermedad, lo que es positivo para el Pueblo de Dios.
P.- ¿Qué le pasaba a la Iglesia chilena?
R.- Eso es lo que estamos tratando de buscar: saber qué nos pasó y por qué ocurrió esto. Había otra cultura, otro modo distinto de considerar las cosas. Eso llevó a resultados nefastos. Quizá se actuó así pensando que era por el bien de la Iglesia, tratando de mantener el buen nombre, pero el buen nombre no se mantiene tapando las heridas, sino reconociéndolas y sanándolas. Lo peor que se puede hacer para la Iglesia es tratar de vivir en la mentira. La Iglesia tiene que tratar de vivir en la verdad, que es la que nos hará libres. La verdad es dolorosa: somos humanos y nos encontramos desde el principio con que tenemos que confesar que hemos pecado.
P.- ¿Cómo explica que hubiera un sistema de encubrimiento tan grande en la Iglesia chilena?
R.- Hay varias explicaciones posibles. La primera es que parece que hubo una mala selección de los aspirantes al sacerdocio y a la vida religiosa. Se permitió que entraran candidatos con intenciones torcidas que, apenas pasaron los controles de la formación, estalló lo que llevaban dentro. Otra causa quizá sea que no supimos encarar la transformación profundísima que supuso Mayo del 68. Un tercer motivo que está en la base de todos es la falta de profundidad espiritual. Algunos hermanos que fueron cayendo dejaron la oración, la misa o se convirtieron simplemente en funcionarios del culto.