Siempre es un buen momento para escribir de Antonio Machado. Una “excusa” sería recordar que, recientemente, se han cumplido 80 años de su muerte, al helarle su corazón una de las dos Españas. Precisamente, el poeta culminaba la triste huída de una tierra, la suya, en la que los hermanos se habían matado a machetazos en una incivil Guerra Civil y donde se iba a congelar en el tiempo, y bajo palio, un régimen de cuartel. A las pocas semanas de pisar el suelo francés en la frontera, el 22 de marzo de 1939, en Collioure, moría triste y desesperado. Su madre, Ana Ruiz, le acompañaría a la tumba apenas tres días después…
Pero, hoy, la “excusa” es más honda, en clave espiritual. Se trata del poema ‘La Saeta’, escrito en 1914 y que Machado acabaría integrando en su inmortal obra ‘Campos de Castilla’. Una creación maravillosa que late así…
“¿Quién me presta una escalera / para subir al madero, / para quitarle los clavos / a Jesús el Nazareno? / ¡Oh, la saeta, el cantar / al Cristo de los gitanos, / siempre con sangre en las manos, / siempre por desenclavar! / ¡Cantar del pueblo andaluz, / que todas las primaveras / anda pidiendo escaleras / para subir a la cruz! / ¡Cantar de la tierra mía, / que echa flores al Jesús de la agonía, / y es la fe de mis mayores! / ¡Oh, no eres tú mi cantar! / ¡No puedo cantar, ni quiero / a ese Jesús del madero, / sino al que anduvo en el mar!”.
Más allá de la evidente crítica del escritor sevillano a la religiosidad popular andaluza (y a la recreación de la sangre y la muerte desde la convulsión), en contraste con la sobria interioridad castellana (dominada por el silencio y una mayor reflexión) que siempre fascinó al autor, en este poema nos encontramos a un Machado que, en cuanto a su relación con Dios, siempre se definió como escéptico, aunque ni mucho menos despreciara lo trascendente como un motor de vida.
Así, estamos ante la misma persona que, en ‘Proverbios y cantares’, escribió lo siguiente: “Ayer soñé que veía / a Dios y que a Dios hablaba; / Y soñé que Dios me oía… / Después soñé que soñaba”.
También en ‘Proverbios y cantares’, nos regaló este cántico gutural desde el que mirar a lo alto: “Anoche soñé que oía / a Dios, gritándome: ¡Alerta! / Luego era Dios quien dormía / y yo gritaba: ¡Despierta!”.
¿Fue Antonio Machado agnóstico? Amén. ¿Los agnósticos son, muchas veces, los que nos dejan el legado del más genuino y hondo caminar espiritual…? Amén. Y, si no, basta con escuchar la interpretación de ‘La Saeta’ machadiana por parte de Joan Manuel Serrat, otro agnóstico fascinado con lo invisible… Belleza sobre belleza. Vida sobre vida.