Sin duda, el de ayer fue un Domingo de Ramos muy especial para el obispo auxiliar de Managua, Silvio Báez, quien, solo cuatro días antes, había anunciado en una emotiva rueda de prensa que el papa Francisco le ha pedido que se traslade a Roma y abandone Nicaragua. La marcha del país, para salvaguardar su propia vida (el pastor es el referente eclesial más expuesto en estos meses de tensión con el régimen sandinista de Ortega), tendrá lugar en los próximos días. Pero antes está teniendo tiempo de despedirse de sus fieles en una Semana Santa diferente a las otras.
El prelado presidió ayer la eucaristía en la parroquia Santo Cristo de Esquipulas, en Managua. En su homilía, marcada por su tono vibrante, Báez aseguró que “son días santos, porque están llenos de la presencia del Santo de Dios”. Así, uniendo a su patria a la imagen de Jesús camino de la Pasión, señaló que “nuestro pueblo está a punto de cumplir un año de una historia crucificada. Aprendamos a contemplar a Cristo crucificado en nosotros. En los crucificados está Dios”.
Camino del despeñadero
De este modo, el auxiliar de Managua clamó que “nosotros, que creemos en el crucificado, no podemos olvidar, ni ser indiferentes frente a las víctimas crucificadas de hoy, frente a los presos políticos, frente a los que todavía se ocultan temerosos”. Del mismo modo que “no podemos olvidar ni ser indiferentes frente a las madres que lloran a quienes fueron asesinados por la represión, frente a un pueblo al que no se le deja de seguir, frente a una sociedad que se encamina al despeñadero”.
“Hoy –prosiguió– contemplamos a Cristo en nuestro pueblo, y lo contemplamos para proclamar que Dios está de parte de la víctima, no del verdugo, que está de parte del último, del empobrecido, del manipulado ideológicamente, del que sufre desconsolado, del que no tiene esperanza, del martirizado todavía hoy”.
Un acto de obediencia amoroso
“Ahí está la cruz –señaló con emoción–, ahí está Jesús llorando. Frente a un pueblo crucificado, contemplamos a Cristo”. Finalmente, mientras a las puertas del templo, había congregados que gritaban consignas como “¡viva Nicaragua libre!” o “¡Silvio, amigo, el pueblo está contigo!”, Baéz hizo alusión a su propia situación personal y reconoció sus sentimientos ante la petición de Francisco de que vaya a Roma: “Es un acto de obediencia amoroso, aunque yo no lo entienda y a mí me duela”.
“Me han pedido que me fuera –concluyó–. He dicho que me duele porque mi pueblo queda crucificado. Pero un pueblo crucificado resucita siempre”.
Apoyos políticos y eclesiales
Lo cierto es que la marcha forzada del obispo ha convulsionado al país en los últimos días. La Alianza Cívica, la plataforma de la oposición que está acometiendo el último intento de diálogo con el régimen de Ortega, ha lamentado su salida, aunque, al mismo tiempo, sus portavoces han deseado que sea “la voz de nuestra esperanza en Roma”.
Por su parte, en declaraciones al programa de radio ‘Esta Semana’, el obispo de Estelí, Abelardo Mata, ha admitido que “la salida física de monseñor Báez del escenario de la vida de la patria deja mal sabor de boca, sobre todo cuando él afirma no haber pedido ser trasladado, pese a las amenazas de muerte contra su persona”. Así, “no parece la decisión más acertada”.
Mata, otro de los pastores especialmente críticos con el Ejecutivo sandinista, ha añadido que, “de todos modos, como dice el pueblo, no hay mal que por bien no venga”, ya que, en Roma, Báez “apalancará a nuestro pueblo en su lucha por salir de la dictadura”.