El papa Francisco ha presidido esta mañana de Jueves Santo, 18 de abril, la Misa Crismal en la Basílica de san Pedro en el Vaticano. Ante una amplia representación de los sacerdotes y religiosos de la diócesis de Roma, el Papa ha renovado con las promesas presbiterales y ha bendecido el santo crisma, el óleo de los catecúmenos y el óleo para la unción de los enfermos.
El pontífice alabó la capacidad de “contacto directo con la gente” de Jesús como modelo de cercanía de los presbíteros de hoy, un Jesús cuyo “Corazón atrae a todos hacia sí: Verónicas, cireneos, ladrones, centuriones…” Por ello, Francisco quiso poner de manifiesto tres “gracias” de Jesús al transformar la multitud. “En el interior de la gente se despierta el deseo de ‘seguir’ a Jesús, brota la ‘admiración’, se cohesiona el ‘discernimiento’”.
Para Francisco, “el seguimiento de la gente va más allá de todo cálculo, es un seguimiento incondicional, lleno de cariño” frente a la actitud de los discípulos despidiendo a la gente en el relato de la multiplicación de los panes proclamado en la liturgia del día, una forma –denuncia el Papa– de “clericalismo” el “querer asegurarse la comida y la propia comodidad desentendiéndose de la gente”.
Tras el seguimiento está la admiración de la gente por Jesús y viceversa: “El Señor, por su parte, se admiraba de la fe de la gente, se alegraba y no perdía oportunidad para hacerlo notar”. Y de ahí se pasa al discernimiento que les lleva a ver en Jesús su “autoridad”, es decir “la fuerza de su doctrina para entrar en los corazones” y como ésta deja “sin palabras a los que implementaban diálogos tramposos”.
En sintonía con el evangelio de Lucas, Bergolgio también ha destacado la “preferencialidad inclusiva” del Señor por 4 grandes grupos: “Los pobres, los prisioneros de guerra, los ciegos, los oprimidos”. Entre los pobres, Francisco ha recordado el ejemplo de la viuda del evangelio para quien la limosna a Dios vale “más que todas las riquezas del mundo, ella lo vive desde adentro, como tantas santas y santos de la puerta de al lado”. En la curación del ciego Bartimeo, Francisco ha resaltado la “unción de la mirada”, ese “mirada, a la que los ojos de Jesús pueden devolver ese brillo que solo el amor gratuito puede dar, ese brillo que a diario nos lo roban las imágenes interesadas o banales con que nos atiborra el mundo”.
A los oprimidos y a los cautivos, Francisco ofrece “la unción de la carne herida de Cristo” y “la unción de la propia cultura, amasada con el trabajo y el arte de nuestros mayores, puede liberar a nuestras ciudades de estas nuevas esclavitudes”. “Ellos son los que completan y vuelven real la unción del Espíritu en nosotros, que hemos sido ungidos para ungir”, señaló aludiendo directamente a la consagración sacerdotal.
Refiriéndose al uso litúrgico de los Santos Óleos, el Papa señaló que “al ungir bien uno experimenta que allí se renueva la propia unción”. “No somos repartidores de aceite en botella. Ungimos repartiéndonos a nosotros mismos, repartiendo nuestra vocación y nuestro corazón”.
Para el pontífice, “al ungir somos reungidos por la fe y el cariño de nuestro pueblo. Ungimos ensuciándonos las manos al tocar las heridas, los pecados y las angustias de la gente; ungimos perfumándonos las manos al tocar su fe, sus esperanzas, su fidelidad y la generosidad incondicional de su entrega”. “El que aprende a ungir y a bendecir se sana de la mezquindad, del abuso y de la crueldad”, concluyó.