El pasado 1 de abril se cumplieron 80 años del fin de la Guerra Civil Española; sin ningún género de dudas, el mayor trauma nacional de nuestra historia contemporánea. Ahora bien, ¿cómo se vivió la fe, a nivel de religiosidad popular, en plena catarsis de odio? ¿Cómo se vivió la Semana Santa en la Guerra Civil?
Antes de entrar de lleno an la cuestión, es muy interesante tratar de bosquejar cómo fue la inmediata tregua de paz antes de la tormenta. Así, la Semana Santa de 1936, el año en el que estalló la contienda nacional, se dio entonces entre el 5 de abril, Domingo de Ramos, y el día 12, Domingo de Resurrección. Faltaban menos de tres meses para el 18 de julio de 1936 en el que todo cambió para siempre…
Revisando la prensa de la época, nos encontramos con que, tras no celebrarse en muchas de las principales ciudades procesión alguna en 1932 ni en 1933, en pleno contexto de pujanza, en la naciente II República, de las políticas más beligerantes contra la Iglesia (como la disolución de la Compañía de Jesús), el panorama cambió en 1934 y 1935, con el Gobierno de un Lerroux apoyado por el emergente partido conservador, la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas) de José María Gil Robles. Ese 1936, sin embargo, se vio muy condicionado por el triunfo, en las elecciones de febrero, del llamado Frente Popular, con las distintas formaciones de izquierda aglutinadas en bloque.
Con todo, en una semana marcada por la tensión que ya era dominante en todo el país, los pasos salieron a la calle en buena parte de las grandes urbes. No así, por ejemplo, en Málaga, donde las autoridades locales, sin llegar a prohibir nada, pusieron como condición que la Semana Santa quedara encuadrada dentro de un genérico ‘Festival de la Primavera’, junto a muchas otras actividades lúdicas y culturales. Al no llegarse a un acuerdo final, los actos religiosos quedaron ese año reducidos a la intimidad de los templos.
Ya durante los tres años que duró la Guerra Civil, la celebración de la Semana Santa se circunscribió a los enclaves de la llamada “zona nacional”, habiendo procesiones o no dependiendo si el lugar había sido tomado o no ese año por el ejército rebelde.
Un momento significativo se dio con el cierre de la guerra y la confirmación de la victoria por el bando liderado por el general Franco. De hecho, la caída de Madrid fue saludada de este modo tan fervoroso por el ABC de Sevilla: “¡Cosa grande va a ser la Semana Santa del Año de la Victoria!”.
“Mejor marco –continuaba la rotativa monárquica– reclamaban el cimero acontecimiento sevillano, el jubilo inmenso por la patria totalmente recuperada, la presencia de tantos héroes, muchos entre ellos con huellas imborrables de la guerra que ganaron con su sangre, como han impreso en el cortejo, cumpliendo promesas a Jesús y a su Divina Madre ofrecidas, la especialísima nota emocional que su sola presencia significaba”.
Ese era el tono oficial de una época (la del nacionalcatoliciscmo) que nacía, y que lo hacía para quedarse durante cuatro décadas. Desde entonces, la Semana Santa sería, también, un clamor político.