Cada sábado desde 2003, sor Eugenia Bonetti, misionera de la Consolata, acude junto a otras 12 o 14 religiosas de diversas congregaciones y nacionalidades al centro de Ponte Galeria, en las afueras de Roma, donde las extranjeras detenidas por ejercer la prostitución esperan para saber si serán deportadas a sus países de origen o podrán quedarse en Italia. “Cada vez vemos a unas 50 o 60 mujeres. A veces, lo único que podemos hacer es acompañarlas, compartir su sufrimiento y secarles las lágrimas”. Todo un símbolo en Italia de la atención a las víctimas de la trata, Bonetti llevará esta lacra al próximo viacrucis presidido por el papa Francisco en el Coliseo el Viernes Santo, pues será ella quien se encargue de escribir las meditaciones.
“Iremos exponiendo en cada estación la realidad de hoy, recordando a las madres que lloran por la suerte de sus hijos que parten y son humillados, a los niños que sufren el trabajo esclavo o son robados de sus familias, o a las mujeres obligadas a prostituirse”, explica a Vida Nueva esta religiosa que preside la asociación ‘Slaves no more’ (No más esclavos). “El viacrucis pretende ser una señal para condenar todas las formas de esclavitud y demostrar que pueden ser vencidas”, apunta.
“Pensamos que con nuestro dinero podemos comprar el cuerpo de una mujer o el de un niño, pero la vida es sagrada, no se puede comprar ni vender. Solo puede ser vivida dignamente”, sostiene Bonetti, que adelanta otro de los puntos del viacrucis: la indiferencia de muchos ante estos problemas. “¿Quién llora hoy por los muertos en el Mediterráneo? ¿Quién llora ante tanto sufrimiento? El Papa nos ha hablado mucho de la cultura de la indiferencia, hace falta una reacción de la opinión pública en Occidente”, afirma.