¿Puede un católico ser masón? ¿Y un sacerdote…? Más allá de las encíclicas papales (que nunca han sido contradichas por otras posteriores) que han condenado históricamente la masonería y han impedido a todo bautizado pertenecer a una logia, la realidad es que, históricamente, desde el mismo origen de la masonería, muchos consagrados y laicos han mantenido una doble pertenencia.
Consultada por Vida Nueva, la Gran Logia de España-Gran Oriente Español, a través de su equipo de Comunicación, confirma que “hay sacerdotes y pastores de las distintas confesiones cristianas que pertenecen a la masonería”. Aunque no aportan cifras, la sensación es que este incidencia es hoy simbólica y poco representativa en lo cuantitativo. Al menos en comparación con el pasado.
Así, nos encontramos con que un punto álgido de la relación entre clero y masonería se dio en el siglo XVIII, como retrata J. A. Ferrer Benimeli en su obra ‘Le clergé franc-maçon pendant le 18e siècle’ (1977), que se puede consultar en el Museo Virtual de Historia de la Masonería.
Entonces, documenta, “los masones se encontraban en una atmósfera social en la que se borraban todas las diferencias de clases, fortuna o religión, y donde, en un espíritu de fraternidad e igualdad, podían permitirse una cierta forma de filantropía. (…) Sus ceremonias, su gusto por lo simbólico y litúrgico, la dotaban de un lado místico que ejercía un poderoso atractivo en una época todavía profundamente religiosa, y que hizo que la afluencia de católicos y eclesiásticos fuera masiva en las logias”.
Así, Ferrer Benimelli constata “no solamente la existencia de logias frecuentadas exclusivamente por sacerdotes y religiosos, sino incluso la presencia de sacerdotes en la mayor parte de las logias europeas, en las que figuran obispos, abades, canónigos, teólogos y toda clase de religiosos y sacerdotes hasta alcanzar un total de más de 3.000, que no tuvieron inconveniente ni problema de conciencia en incorporarse a una asociación condenada y prohibida por el Papa, por cuanto ellos no identificaban su masonería con la que el Papa había condenado”.
Javier Alvarado Planas, en ‘Monarcas masones y otros príncipes de la Acacia’ (2017), remarca esta realidad y destaca que “no solo eran modestos clérigos los que militaban en las filas de la masonería, también había cardenales y príncipes-obispos. Pese a las prohibiciones de los papas, varios miembros del alto clero militaron en las filas de la masonería”. Y cita una amplia lista que se inicia con el florentino Rainiero Delci (1670-1761), que, en torno al año 1750, estaba afiliado a una logia de Roma, siendo “el primer cardenal masón del que tenemos noticia”, desempeñando cargos eclesiásticos de primer orden, como inquisidor de Malta o nuncio apostólico en Francia. Tras recibir la púrpura por Clemente XII en 1737, su gran momento le llegó en 1755, cuando fue designado decano del Sacro Colegio Cardenalicio, “presidiendo el cónclave papal de 1758, en el que incluso llegó a recibir algunos votos”.
Otro destacado cardenal masón fue Johann Theodor de Baviera (1703-1763), príncipe obispo de Lieja y hermano del emperador Carlos VII, favoreciendo los intereses, en un complejo mapa internacional, de Francia y España, donde reinaba el primer monarca borbón, Felipe V.
En la vecina Francia, según Alvarado, hubo dos destacados purpurados que además compartieron raíces familiares: Louis-Constantin de Rohan-Guéméné y su sobrino, Louis-René-Edouard de Rohan-Guéménée, quien, en la segunda mitad del siglo XVIII, gracias a la influencia de su tío, llegó a ser príncipe de Rohan. “En 1772 –glosa el historiador– tuvo la oportunidad de intervenir en los vericuetos de la política al ser nombrado embajador de Francia en la corte de Viena, provocando el enojo de la emperatriz María Teresa y de su hija María Antonieta, futura reina de Francia, por su frivolidad tan poco compatible con el estado clerical”. Después de recibir el capelo cardenalicio en 1788, tras estallar la Revolución Francesa al año siguiente, fue miembro de la Asamblea Constituyente, aunque “se mantuvo siempre fiel al Rey y al Papa y se negó a jurar la Constitución Civil del Clero y a votar a favor de la abolición de la Monarquía”.
Otros importantes cardenales masones de la época habrían sido el austriaco Tadeo Trauttmansdorf-Wiensberg (1761-1819) y los portugueses Patricio da Silva (1756-1840) y Francisco de São Luís Saraiva (1766-1845), ambos patriarcas de Lisboa. El primero ejerció cargos políticos de primer orden, como Secretario de Estado de Justicia y vicepresidente de la Cámara de los Pares. Su sucesor también desempeñó una fuerte influencia política, llegando a ser presidente de la Cámara de los Diputados, vicepresidente de la Cámara de los Pares y ministro. De afiliación liberal, apoyó la revolución que en su país imitó a la de Riego (también masón) en España, en 1820, siendo miembro de la Junta Provisional del Gobierno Supremo del Reino y luego del Consejo de Regencia, participando activamente en la elaboración de la Constitución de 1826.
Más allá de en el catolicismo, la masonería ha tenido una marcada influencia en otras confesiones cristianas, como la ortodoxa y las distintas protestantes. Para muestra un botón… Como ilustra Ferrer Benimeli en ‘Masonería y religión: convergencias, oposición, ¿incompatibilidad?’ (1996), Atenágoras, patriarca de Constantinopla con el que con el que Pablo VI se dio un histórico abrazo en Jerusalén, en 1964, era masón. En esa época, Geoffrey Francis Fisher, arzobispo de Canterbury y primado anglicano hasta 1961, también era miembro de una logia.