La Diócesis de Cartagena ha comunicado el fallecimiento de Francisco Lerma (1944), natural de la pedanía murciana de El Palmar y obispo de Gurúè (Mozambique). El sacerdote, que hubiera cumplido los 75 años el próximo 4 de mayo, fue nombrado por el papa Benedicto XVI en 2010, tras cuatro décadas en las que vivió todo tipo de experiencias (desde la etapa del fin del colonialismo portugués y los difíciles inicios como nación independiente, viviendo en Nassau, en pleno corazón de la guerrilla).
El Obispado “se une al dolor de la familia de don Francisco y en oración a sus hermanos de Gurúe para que Dios interceda por su alma. Descanse en paz”, concluye el comunicado.
Hace apenas un mes, poco después de que el ciclón Idai causara estragos en Zimbabue, Malawi y, sobre todo, Mozambique, donde se registran más de 500 muertes y hay zonas absolutamente devastadas, Vida Nueva contactaba con el misionero de la Consolata. “En todo el país hemos tenido luto nacional durante tres días. Cáritas Nacional y nuestra diócesis se han unido a toda la sociedad civil y al Gobierno en su llamada a la ayuda generosa de todos en favor de las víctimas directas”, relataba. Y se despedía con esta cita del Evangelio: “Para consolar a todos los que lloran” (Is 61,2).
Lerma fue uno de los protagonistas de la Jornada de Infancia Misionera de 2018, en su 175º aniversario. Durante la rueda de prensa celebrada en la sede de Obras Misionales Pontificias en Madrid, el prelado recordó divertido el “ambiente misionero” que vivió en su infancia, en los años 50, “cuando el programa se conocía como de la Santa Infancia y en la escuela nos leían las crónicas de jesuitas del Polo Norte, nos enseñaban mapas en los que nos situaban a los 50 misioneros murcianos repartidos por el mundo y entre todos ahorrábamos una perra gorda para echar en la hucha del Domund de clase, que tenía un termómetro que iba incrementando la temperatura según había más dinero”.
Esa “simiente” creció en él y culminó en su vocación, que siempre tuvo clara que era misionera. “El día que, estando en Roma, me dijeron que iba destinado a Mozambique –recordaba entonces con humor–, lo primero que hice fue comprar un Corán, pues no sabía nada del país y tenía entendido que había muchos musulmanes”. Luego siguió un año de formación en el que se empapó de todo lo relativo al país, “pero sobre todo de su historia y sus valores”, teniendo luego claro ya allí que la actitud es la de “no ir a enseñar nada a nadie, sino que lo cierto es que vas a aprender de ellos y a compartir tu testimonio”.
“Con ellos –profundizó Lerma– he descubierto muchos valores que nosotros hemos perdido en Europa y en España. Principalmente, que Dios está en el centro de todo lo que hacen, teniéndolo muy presente desde el mismo inicio de la vida”. Así, “he comprobado que es falso el prejuicio que dice que el mozambiqueño es un pueblo animista… Todo lo contrario, son un pueblo abierto al anuncio del Evangelio”.
En cuanto a su acción pastoral, el obispo murciano destacaba que en Mozambique tiene la oportunidad de vivir lo que es “una Iglesia ministerial, donde los laicos son auténticamente protagonistas. Y es que, teniendo en cuenta que solo hay en mi diócesis con 35 sacerdotes y 11 religiosos para atender a 2.000 comunidades y un total de dos millones de personas, siempre les digo a los laicos que lo que ellos no hagan no lo hará nadie”.
De hecho, “los mismos adolescentes son los que forman a los niños en la fe, y luego estos se comprometen también en la labor de evangelización y en el trabajo en el orfanato, que dirigen tres vírgenes consagradas y en el que hay 45 huérfanos cuyos padres han muerto de sida o se encuentran en la absoluta marginalidad”.