El jesuita Julio Martínez está convencido de que la reforma de la vida consagrada pasa por reforzar “el compromiso radical, especialmente con los últimos”. El rector de la Universidad Pontifica Comillas considera necesario asumir un mayor compromiso político y a la vez “tareas que pasan sin mucho lucimiento y sí de forma callada” en favor de migrantes y refugiados.
En su intervención en la 48ª Semana Nacional para Institutos de Vida Consagrada, apuntó que “nosotros, consagrados a Dios, estamos llamados a compartir el drama y ser voz de denuncia” en aras de la integración del extranjero. “Ni los partidos xenófobos que pescan en ese caladero ni la mayor parte de nuestros conciudadanos van a hacerlo como nosotros. Pero no porque seamos mejores, sino por la vocación a la que hemos sido llamados”, enfatizó.
Partiendo de ‘Gaudium et spes’, explicó que “no debemos tener miedo a afrontar en nuestros ministerios las cuestiones politico-sociales religiosa y moralmente”. “Bien es cierto que es un compromiso indirecto y no se trata de meternos en la política profesional, pero sí implica decir lo que tenemos que decir, reflexionando sobre las causas y estando conectados con una relación directa a lo que viven las personas”. En este sentido, añadió que “todos no podemos hacer todo. Unos podemos estar más especializados en el campo del estudio y la reflexión y otros, tocando y curando las heridas”.
Cristianismo no es moralismo
Martínez inició su intervención en este foro organizado por el Instituto Teológico de Vida Religiosa, constatando una “crisis cultural de mucha envergadura de la que la vida consagrada que no se libra”. Frente a las tentaciones de este contexto cultural, presentó que “el cristianismo no es un moralismo, sino un don que se nos ha dado y nos sostiene”.
El religioso jesuita hizo suyo el llamamiento del papa Francisco a la cultura del encuentro para reivindicar que “necesitamos una visión pascual de la historia”. “Nuestro compromiso debe ser un testimonio de un Dios salvante y salvador”, señaló. A la vez, alertó del clericalismo y de la mundanidad como enemigo para la vida consagrada, si bien defendió de la “inserción en el mundo”. “Dios llama a los que quiere, no a los que queremos que llame”, dejó caer en materia de pastoral vocacional, a la par que advirtió de descuidar posteriormente el acompañamiento y la formación permanente.
La misión compartida
También se refirió en su ponencia al papel de los seglares: “Los religiosos somos los primogénitos del carisma, pero no somos los únicos que hemos recibido el carisma, aunque a veces queremos retener el poder fáctico”. En este sentido, reconoció “el sentimiento de pertenencia e identidad profunda de muchos laicos” en tanto que son ellos quienes “pueden ayudarnos a encarnar el carisma hoy” lo que exige “participación y reconocimiento institucional desde una fidelidad creativa y conjunta”.
Sobre la aportación de la vida consagrada al bien común, apuntó que “gracias a Dios tenemos un buen marco en nuestra Constitución que defiende en su artículo 16 una laicidad positiva”. Eso sí, matizó que “el aprecio por lo público no significa que todo sea de titularidad pública. Desembocan en esa vida pública todas las organizaciones de la sociedad que contribuyan al bien común”.
Parafraseando de forma constante el libro-entrevista ‘La fuerza de la vocación’ (Publicaciones Claretianas) de Fernando Prado al papa Francisco, llamó a un serio discernimiento para que las obras no sepulten un carisma, pero tampoco a rechazarlas sin más: “No es para tirarnos por la ventana. No digamos ‘cerremos los colegios’, sino busquemos otras vías de salida”.