Cada viernes, Vida Nueva te acerca sus recomendaciones en pantalla grande (o no tanto)
En la cima de su carrera musical, el dueto vocal formado por Rory Feek y su esposa Joey se tomaron un año sabático ante la inminente venida al mundo de su primer hijo en común. Un nacimiento que inauguraría la “gran historia” que Dios les tenía reservada.
Solo así puede entenderse –y asumirse– cuanto les sucedería en los dos años siguientes, una montaña rusa de pequeños y grandes momentos que él grabó con su cámara, y que han hecho posible este emotivo documental familiar. Porque, apenas tres meses después, lo que “parecía perfecto” amenaza ruina a la vuelta de un chequeo médico.
Sin embargo, como ya ocurriera en otras situaciones de preocupación o temor, la pareja invocó a Dios para dejarse abrazar por Él. Una fe total que les prepararía para ir extirpando lo malo que se fueron encontrando a su paso y regenerar día a día la esperanza.
No es el camino que hubieran deseado transitar, pero fue el que se presentó ante ellos y decidieron “tener algo para olvidar que nada que recordar”. Pese a su factura de telefilme, aquí tenemos toda una lección para quienes tratamos de vivir cada día como si fuera el último… y seguimos sin lograrlo.
Frente a décadas de encubrimiento, François Ozon ha decidido contrarrestar con la palabra tanto silencio cómplice sobre los abusos sexuales a menores en la Iglesia. Donde otros callaron –también las víctimas, por temor a ser señaladas–, él ha querido hablar… y escuchar.
El realizador francés construye una ficción “basada en hechos reales”, los que se desencadenaron en Lyon, entre 2014 y 2016, después de que un feligrés descubriera que Bernard Preynat, el sacerdote que había abusado de él y de otros chicos en campamentos scouts de los años 70 y 80, seguía en contacto con menores.
Liberado del miedo a confesar su traumática experiencia, la indignación ante la pasividad de las autoridades eclesiásticas –especialmente, del cardenal Barbarin– le llevaría a emprender una larga batalla personal, legal y mediática a la que se le irían uniendo otros afectados.
Ellos son los protagonistas de este drama de infancias rotas, de creencias y hogares devastados, que examina las aristas de una compleja realidad: arrepentimiento y perdón, venganza o justicia, fe y moralidad, personas e institución…
Respeto, sensibilidad y oficio se ponen al servicio de un combate librado no “en contra de la Iglesia, sino por la Iglesia”.
Carlos Acosta regresa a su Cuba natal, de donde un día –siendo solo un niño– salió sin mirar atrás. Una dolorosa decisión que cambiaría para siempre su vida da título a unas memorias (‘No way home’) trasladadas a la gran pantalla por Icíar Bollaín, con guión de Paul Laverty.
El propio ‘Yuli’ –así le llamaba su padre– participa interpretándose a sí mismo como adulto, mientras ensaya con su compañía coreografías inspiradas en algunos de los episodios más decisivos de su infancia y juventud. Recuerdos que, a modo de ‘flashbacks’ encarnados por dos jóvenes actores, van trazando esta autobiografía a caballo entre el ‘biopic’ al uso y un espectáculo de danza.
El talento, inteligencia y determinación del protagonista, y una relación de amor-odio con su tosco padre constituyen las fuentes principales de donde bebe la crónica del ascenso al olimpo del baile de este descendiente de esclavos llamado a seguir luchando cual guerrero para escapar de la pobreza. Un viaje en pos de la fama retratado con las dosis justas de nostalgia y crítica social, no exentas de emoción.
Una excelente oportunidad para conocer a otro de esos artistas que lo arriesgaron todo por una causa mayor.