“Nos sentimos invitados e invitadas a dejarnos guiar por este amado Jesús que nos transforma y convierte en discípulos y discípulas que escuchan, que se hacen cargo de las situaciones difíciles que enfrentamos, que servimos, que damos espacio para el protagonismo real de los jóvenes, que queremos estar atentos a las necesidades de los demás, con ojos admirados para mirar el trigo que hay en medio de la cizaña…”, expresa el Mensaje de la 50ª Asamblea general de superiores y superioras mayores convocada por la Conferencia de Religiosos de Chile, CONFERRE.
Durante dos días abordaron la prevención de abusos y las aplicaciones en Chile del Sínodo de los jóvenes, reunidos en la Casa san Alberto Hurtado en las afueras de Santiago.
Falta vino…
Durante la tarde del primer día Eduardo Pérez-Cotapos, ss.cc., motivó la reflexión bíblica “Las bodas de Caná y la vida consagrada”, acogiendo así el horizonte inspirador propuesto para todo el continente por la Conferencia Latinoamericana de Religiosas y Religiosos, CLAR.
Inspirados en esa reflexión, el lema para esta asamblea fue “…pero tú dejaste el mejor vino para el final” cuyo contenido iluminó las informaciones recibidas desde el Consejo de Prevención de abusos y la Comisión Nacional de pastoral juvenil de la Conferencia Episcopal de Chile, temas centrales en la reflexión de esta asamblea.
El trabajo en esos dos temas y la meditación del texto bíblico están presentes en el Mensaje final de la asamblea cuando expresa: “hemos podido reconocer, en medio de tanto bien que el Espíritu realiza a través de nuestra vocación en esta boda, la falta de vino en algunos ámbitos de nuestra propia vida religiosa: pesimismo estéril, comunidades en las que se vive el maltrato, adormecidas, con escasa llegada al mundo de los jóvenes de hoy, con abusos de poder, situaciones todas que van dejando cicatrices a personas a las que se les ha destrozado su capacidad de amar. Frente a esta realidad, nuestra fe está siendo desafiada a buscar signos de vida y esperanza, a transformar nuestros estilos de relación, a ver en los jóvenes el ahora de Dios, estar en los espacios donde ellos están y ver en cada joven una tierra sagrada donde hay que entrar a pie descalzo, a trabajar ahora en los cimientos de la reconstrucción, impulsados con la confianza y claridad con que María aconseja a los sirvientes: hagamos lo que él nos diga, hagámoslo”.
Dones de la sinodalidad
Más adelante el Mensaje continúa: “es un vino nuevo inesperado, un fruto que no hemos cultivado, y que nos lleva a valorar y comprometernos con los distintos dones de la sinodalidad que nos propone Jesús y que están creciendo entre nosotros y nosotras: la fraternidad, la complementariedad, la diversidad, la humanización, la crisis como oportunidad de vida nueva, el laicado que colaborativamente saca adelante la misión de la Iglesia en el mundo de hoy, el trabajo en redes, el permanecer en la fidelidad como lo hizo María, que permanece antes, durante y después en el proceso de la vida y el evangelio de su hijo”, concluyen, asegurando sentirse “llamados a continuar la fiesta del Reino” e invitan a vivir ese mismo espíritu en todas las comunidades religiosas del país ya que “también nosotros y nosotras somos invitados con Jesús y sus discípulos a esta fiesta de alianza, vivida con alegría y entusiasmo, en la que nos encontramos sorpresivamente con María, que ya estaba allí”.