Con el lema de ‘Di si al sueño de Dios’, se ha presentado esta mañana en Madrid la 56 Jornada Mundial de Oración por la Vocaciones y la Jornada de las Vocaciones Nativas, que se celebra el próximo domingo, 12 de mayo, y que en España organizan juntas la Conferencia Episcopal Española (CEE), la Conferencia Española de Religiosos (CONFER), las Obras Misionales Pontificias (OMP), y este año, por primera vez, la Conferencia Española de Institutos Seculares (CEDIS).
Con el objetivo de que los jóvenes entiendan la llamada vocacional como algo que puede suceder en su vida y que tanto la comunidad cristiana como la sociedad en general promuevan y recen por estas vocaciones, además de colaborar económicamente con las que surjan en los países de misión, participaron en la presentación de esta campaña tres jóvenes que, en algunos casos, no sin vacilaciones, finalmente dijeron “sí” a la llamada.
Un de ellos fue el Alejandro Ruiz-Mateos, sobrino del conocido empresario –ya fallecido– José María Ruiz-Mateos, quien, tras años de dudas y de intentar dar esquinazo a la llamada, finalmente será ordenado diácono el próximo mes de junio en Madrid, donde está cursando sexto curso en el Seminario Conciliar. “Desde la primera vez que me planteé la vocación sacerdotal hasta que finalmente di el pasado transcurrieron diez años. Eso da idea de lo que me apetecía ser sacerdote: entre poco y nada”, reconoció entre las risas de los asistentes este miembro de lo que definió como “una peculiar familia muy conocida en España”.
“Todo empezó a los 23 años, con Juan Pablo II en Cuatro Vientos, en su visita a España en 2003, cuando el Papa dijo que al echar la vista atrás merecía la pena haber dedicado la vida a Cristo. Era como se me lo hubiera dicho a mí en particular. Pero llevaba una buena vida y al fin de semana siguiente se me olvidó”, volvió a reconocer con hilarante humildad.
Tuvieron que pasar 10 años, con una viaje a Calcuta y también a Haití de por medio, porque el gusanillo de la misión andaba por allí, como reconoció. Finalmente, empezó a tomarse todos aquellos signos más en serio hasta que, hace seis años, “que han sido muy intensos, tras muchos acontecimientos y luchas”, entró en el seminario. “Hoy, con temor y temblor, pero con ilusión, me encuentro a las puertas de la ordenación diaconal. Y no han sido seis años perdidos, han sido duros, pero espectaculares de crecimiento personal”.
Impactante fue el testimonio de Faustina Dartey, religiosa nacida en Ghana, y que a los 14 años sintió la llamada a la vida religiosa, algo que no fue entendido por quienes estaban a su alrededor. Sentía que quería dar su vida por los pobres, sobre todo por aquellos niños que veía a diario y que no tenían ni para comer.
“Tenía la inquietud de hacer algo para ayudar a aquellos niños”, comentó. Pero aquella vocación también la iba cimentando su abuela, con la que todas las noches rezaba el Rosario. “Era la única de la familia que rezaba con ella”, señaló quien hoy es religiosa de la Congregación de los Santos Ángeles Custodios.
Finalmente –lo recuerda muy vívidamente– llegó el día en que su padre le dio permiso para que pudiera salir de casa y marcharse a vivir con unas monjas nativas, “que me enseñaron de todo, incluido lo que eran las relaciones entre hombres y mujeres, porque yo no sabía nada”.
Terminó su formación religiosa y fue enviada a Roma a estudiar en la Urbaniana, y aunque quería regresar a Ghana, la animaron a hacer el doctorado. Por ello, aunque lleva muchos años en Europa, su dueño es volver a su país como misionera. Pero, como añade, “ahora estoy en la mano de Dios, esperándole, que mande dónde quiera que me vaya”.
Catherine Declerq, una joven de 35 años perteneciente al Instituto Secular Cruzadas de Santa María, nunca se había planteado la vocación religiosa, pero al conocer el carisma del padre Tomás Morales, vio que valía la pena “entregarse a formar la juventud y ayudarla en su camino de santidad”.
Doctorada en Derecho Canónico, trabaja en Madrid en el Tribunal Eclesiástico como defensora del vínculo, y en breve hará los votos perpetuos. Siendo su espiritualidad jesuita y carmelita, está disponible para ir a donde haga falta. “Procuramos formarnos bien para estar en el mundo, en contacto con las personas, para acercarlas a Dios, anunciarles la Buena Noticia con nuestras palabras, pero sobre todo con el ejemplo de nuestra vida ofrecida”.