El papa Francisco continuó su serie de catequesis sobre el Padrenuestro centrando su alocución en la audiencia general que presidió en la Plaza de San Pedro este miércoles, 15 de mayo, en la última invocación de esta oración, que dice: “Líbranos del mal”.
En su saludo a los fieles y peregrinos desde el papamóvil, Jorge Mario Bergoglio invitó a subir al vehículo a ocho niños provenientes de Siria, Nigeria y Congo, entre otros países, que llegaron a Italia desde Libia cruzando en barco el Canal de Sicilia o por medio de un corredor humanitario. Ahora viven junto a sus familias en el centro de acogida “Mondo Migliore”, situado en la localidad de Rocca di Papa, a las afueras de Roma, y cuentan con el apoyo de la cooperativa social “Auxilium”.
“No basta pedir a Dios que no nos deje caer en la tentación, sino que debemos ser liberados de un mal que intenta devorarnos. La oración cristiana es consciente de la realidad que le rodea y pone al centro la súplica a Dios, especialmente en los momentos en los que la amenaza del mal se hace más presente”, dijo el Pontífice en una mañana desapacible, en la que las miles de personas congregadas en la Plaza de San Pedro tuvieron que usar paraguas y chubasqueros para protegerse de la lluvia.
En las dos últimas invocaciones del Padrenuestro (“no nos dejes caer” y “líbranos”) emerge para el Papa “una característica esencial” de la oración cristiana. “Jesús enseña a sus amigos a poner la invocación del Padre por delante de todo, especialmente en los momentos en los que el maligno hace sentir su presencia amenazadora”, comentó.
Tras reconocer que quien reza “no es ciego” y ve con sus propios ojos la magnitud del mal, lo que resulta “contradictorio con el mismo misterio de Dios”, Bergoglio destacó cómo el “último grito del Padrenuestro” va precisamente dirigido contra ese mal que tiene “bajo su paraguas las experiencias más diversas: los lutos del hombre, el dolor inocente, la esclavitud, la instrumentalización del prójimo, el llanto de los niños inocentes”.
Este mal que “encontramos en la historia, en la naturaleza y en los pliegues de nuestro corazón”, lo probó también Jesús. “Antes de iniciar su pasión, suplicó a Dios que alejase de él ese cáliz, pero puso su voluntad en las manos de su Padre. En esa obediencia, experimentó no solo la soledad y la animosidad, sino el desprecio y la crueldad; no solo la muerte, sino una muerte de cruz”, comentó Francisco, concluyendo con el recuerdo de que Cristo mostró que es “con el perdón que se vence al mal”.