Cada viernes, Vida Nueva te acerca sus recomendaciones en pantalla grande (o no tanto)
Desde 1858, una pequeña aldea junto al Pirineo francés es el destino de incontables viajeros muy especiales: riadas de enfermos y sus acompañantes llegan cada año a la popular gruta de Lourdes. Allí, los hospitalarios acogen y atienden a los peregrinos durante su estancia.
Jesús García Colomer se ha querido acercar al santuario mariano para dar visibilidad al encuentro entre las dos caras de la condición humana: la dureza y amargura del dolor, y la belleza de la entrega generosa. El resultado es un documental grabado desde dentro, a modo de prueba irrefutable de lo mucho que esta asombrosa realidad puede ofrecer al mundo de hoy.
Siguiendo a varias peregrinaciones –desde que los autobuses salen de España hasta que llegan a Lourdes, se instalan en las habitaciones, pasan por las piscinas y acuden a la propia gruta de la Virgen–, su cámara recoge cerca de una veintena de testimonios de enfermos, familiares, voluntarios, hospitalarios… Son palabras que rebosan espontaneidad, radicalidad y fe, mucha fe.
Acompañar a unos y otros en este camino nos permite descubrir que, más allá de ciertas curaciones documentadas, los milagros existen.
Un grupo de abnegados profesionales y una familia de acogida pondrán en juego su experiencia y compromiso para convertirse en el necesario cordón umbilical que acabe uniendo a un bebé fruto de un embarazo no deseado y a una mujer que lleva casi una década intentando ser madre.
El camino por transitar es largo y arduo. Una compleja travesía en la que se suceden los procedimientos (entrevistas, informes…) y protocolos (de acompañamiento, acogida y adopción), pero que resulta más llevadera cuando se deja todo en tan buenas manos.
Lejos de juzgar a sus personajes, como en la propia narración de los hechos, Jeanne Herry trata de apoyarlos y ayudarles a que se expliquen y cumplan sus expectativas. Eso sí, recordando que su tarea no consiste en “buscar a un niño para unos padres que sufren”, sino en “encontrar a los mejores padres para niños en situación de riesgo”. Este decisivo matiz lo cambia todo. Los procesos de adopción, y el tono y valor de una película tan optimista, sensible y hermosa.
En esta época marcada por la diversidad de modelos familiares o agitada por el debate social sobre los vientres de alquiler, siempre se agradece caer ‘En buenas manos’.
Pablo Trapero, consumado retratista del lado más oscuro del alma humana, desciende a los infiernos personales, conyugales, fraternales, paterno/materno-filiales… para destapar los silencios, misterios y miserias que emponzoñan las relaciones de una acomodada familia argentina. Y la tormenta, paradójicamente, se desata en un lugar que invita al sosiego: ‘La Quietud’, finca que da título a esta historia.
Entre apacibles melodías e imágenes, el realizador va (des)tejiendo una telaraña de lazos, a menudo primarios y ambiguos. Especialmente, entre dos hermanas muy unidas por la nostalgia de una infancia feliz, dos almas gemelas que comparten confidencias… y algo más. Incluida una madre fría y autoritaria.
Aquel patriarcado que gobernaba ‘El Clan’ da paso aquí a un triángulo femenino de indudable altura (Gusman, Bejo y Borges), cuyos maridos, novios, amantes o amigos son meros comparsas de sus ausencias, angustias, odios, instintos (maternales) y necesidades (ser amadas).
Con el eco de la dictadura militar de fondo, este drama con ramalazos de culebrón acumula fatalidades, lágrimas y veneno. Arrebatos de pasión y rencor que pueden dejar exhausto, pero nunca indiferente.